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En 1966, Jacob Taubes presentó en uno de los coloquios de Poética y hermenéutica una serie de ‘Notas sobre el surrealismo’ en la que proponía que toda práctica y teoría poética necesitaba siempre una interpretación histórico-filosófica previa. En el caso del surrealismo, esa interpretación era la falta de mundo propia de una experiencia nihilista que “repetiría” la falta de mundo de la gnosis de la antigüedad tardía. En la lírica moderna, que había encontrado en Baudelaire a su iniciador absoluto, la ortodoxia cristiana que establecía la unidad del Dios creador y del Dios redentor habría sido tan incapaz como en la gnosis de contrarrestar la protesta contra un mundo en el que el mal resultaba incomprensible; en la lírica “absolutamente moderna” de Baudelaire a Aragon no habría modo de compensar esa falta de mundo con otra trascendencia que no fuera la de la palabra poética: “La palabra —explicaba Taubes— no da testimonio de la trascendencia; es, en sí misma, trascendencia”. La palabra sería así el sur- o Au-delà de la realidad y, en última instancia, tampoco podría dar testimonio de la inmanencia, en la medida en que el vínculo tradicional entre la palabra y la cosa, basado en el paradigma de la imitación, había dejado paso, mediante lo que Baudelaire llamaba la “descomposición de la creación”, a la mera sensación de lo nuevo. En su réplica a Taubes, un casi desconocido Hans Blumenberg diría que, “para asegurar el nuevo mundo en el surrealismo, se necesita la ejecución de una deconstrucción que, en su radicalidad, nunca se complete, impulsada por la sospecha, siempre débil, contra cualquier tipo de validez previa e inapelable”.[1]

¿Encaja Arthur Rimbaud en este esquema? La ecdótica rimbaudiana ha sido determinante para su interpretación, desde la autopublicación de Una temporada en el infierno, pasando por las ediciones “póstumas” de Verlaine y su clasificación como “poeta maldito”, hasta la demonización surrealista y lo que podríamos llamar la “reserva” de la traducción. ¿Puede un lector contemporáneo, como Satán, amar en el escritor la ausencia de facultades descriptivas (l’absence des facultés descriptives) hasta el extremo de considerar que un poema no dice nada que no sea el poema, que no dice nada…? ¿Es esa la alquimia del verbo? ¿Es eso lo que significa no estar en el mundo, estar fuera del mundo (hors du monde), que la verdadera vida esté ausente? ¿Podría Rimbaud, incapaz de comprender la rebeldía, ser un gnóstico moderno? ¿Sería eso lo que quería decir al sugerir que no podía hablar, que ya no sabía hablar? ¿Que la ciencia (“¡Geografía, cosmografía, mecánica, química!”, “la visión de los números”) no iba lo suficientemente deprisa para él? Con la fórmula de la eternidad con la que ensayaría sus variaciones, ¿no habría ya orietur (Pas d’orietur, Nul orietur)? ¿Qué supondría entonces estar sobrio surnaturellement, haber adquirido poderes sobrenaturales?

La ecdótica de Rimbaud ha condicionado de una manera casi irremediable la lectura. Para nosotros, que no somos gnósticos, que no somos malditos, que no somos surrealistas, la lectura de Rimbaud solo tiene sentido si lo tiene la escritura de Rimbaud; si, al menos, algunas palabras, precisamente por haberlas utilizado Rimbaud, por formar parte del corpus escrupulosa (y en otro tiempo escandalosamente) breve de su obra, han conservado su significado e incluso han visto cómo, en virtud de su utilización, sin cánticos, han sostenido el paso ganado. ¿Podríamos pensar entonces en Rimbaud como en un poeta que ha sometido a la poesía al infierno más terrible al que pueda someterse la poesía, a su purificación conceptual, de modo que el resultado no sea ya poesía ni, mucho menos, literatura, sino —con una palabra que aparece con una especie de necesidad logográfica en Una temporada en el infierno— filosofía? ¿No sería la filosofía lo que nos permitiría entender que, no encontrando un lugar en la historia de Francia, ni en la Iglesia, ni en el cristianismo, ni en la marcha del Espíritu, y habiendo abandonado Europa, seguimos perteneciendo a Occidente, siendo occidentales? ¿Podríamos considerar Una temporada en el infierno —el texte por antonomasia de Rimbaud, el texto publicado y, por ello, el único autorizado— como un documento excepcional solo por comparación con una interpretación demasiado literal que, sin embargo, no ha supuesto una lectura verdaderamente literal? ¿Podríamos leer Una temporada en el infierno como una actualización de la antigua diferencia entre la filosofía y la poesía sin la cual no es posible empezar a hablar? ¿Podríamos entender el silencio de Rimbaud tras ese texto autorizado y, respecto a la poesía, autoritario, como un reconocimiento de no haber sido vencidos?

La humanidad se desplaza, simplemente: he aquí el enunciado contra los gnósticos que, simplemente, hemos de leer para apreciar sin vértigo toda la extensión de la inocencia de Rimbaud.

[1]Véase Jacob Taubes, ‘Notas sobre el surrealismo’, en Del culto a la cultura. Elementos para una crítica de la razón histórica, ed. de A. Assmann et al., trad. de S. Villegas, Katz, Buenos Aires, 2007, pp. 142-166.

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Δ Robert DARNTON, John ASHBERY, Pierre BRUNEL, Antonio LASTRA, Martin BATES, Neil LEADBEATER, Luis BENÍTEZ, Juan ARABIA-  Número Especial Arthur Rimbaud – Special Issue Arthur Rimbaud, Buenos Aires Poetry N°2 —— Mussé Arthur Rimbaud, Charleville, 2014 ——- Buenos Aires, 2014.
Diseño Editorial: Doppelgänger (á).

Antonio LASTRA. Doctor en Filosofía e investigador externo del Instituto Franklin de Investigación en Pensamiento Norteamericano de la Universidad de Alcalá (España). Dirige La Torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales (http://www.latorredelvirrey.es). Sus campos de trabajo preferentes son la ecología de la cultura, la traducción como lingua franca, la escritura constitucional americana, el problema teológico-político, la literatura inglesa y los estudios sobre cine. Su último libro es La necesidad logográfica (Aduana Vieja, Valencia, 2014).

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En 1966, Jacob Taubes presentó en uno de los coloquios de Poética y hermenéutica una serie de ‘Notas sobre el surrealismo’ en la que proponía que toda práctica y teoría poética necesitaba siempre una interpretación histórico-filosófica previa. En el caso del surrealismo, esa interpretación era la falta de mundo propia de una experiencia nihilista que “repetiría” la falta de mundo de la gnosis de la antigüedad tardía. En la lírica moderna, que había encontrado en Baudelaire a su iniciador absoluto, la ortodoxia cristiana que establecía la unidad del Dios creador y del Dios redentor habría sido tan incapaz como en la gnosis de contrarrestar la protesta contra un mundo en el que el mal resultaba incomprensible; en la lírica “absolutamente moderna” de Baudelaire a Aragon no habría modo de compensar esa falta de mundo con otra trascendencia que no fuera la de la palabra poética: “La palabra —explicaba Taubes— no da testimonio de la trascendencia; es, en sí misma, trascendencia”. La palabra sería así el sur- o Au-delà de la realidad y, en última instancia, tampoco podría dar testimonio de la inmanencia, en la medida en que el vínculo tradicional entre la palabra y la cosa, basado en el paradigma de la imitación, había dejado paso, mediante lo que Baudelaire llamaba la “descomposición de la creación”, a la mera sensación de lo nuevo. En su réplica a Taubes, un casi desconocido Hans Blumenberg diría que, “para asegurar el nuevo mundo en el surrealismo, se necesita la ejecución de una deconstrucción que, en su radicalidad, nunca se complete, impulsada por la sospecha, siempre débil, contra cualquier tipo de validez previa e inapelable”.[1]

¿Encaja Arthur Rimbaud en este esquema? La ecdótica rimbaudiana ha sido determinante para su interpretación, desde la autopublicación de Una temporada en el infierno, pasando por las ediciones “póstumas” de Verlaine y su clasificación como “poeta maldito”, hasta la demonización surrealista y lo que podríamos llamar la “reserva” de la traducción. ¿Puede un lector contemporáneo, como Satán, amar en el escritor la ausencia de facultades descriptivas (l’absence des facultés descriptives) hasta el extremo de considerar que un poema no dice nada que no sea el poema, que no dice nada…? ¿Es esa la alquimia del verbo? ¿Es eso lo que significa no estar en el mundo, estar fuera del mundo (hors du monde), que la verdadera vida esté ausente? ¿Podría Rimbaud, incapaz de comprender la rebeldía, ser un gnóstico moderno? ¿Sería eso lo que quería decir al sugerir que no podía hablar, que ya no sabía hablar? ¿Que la ciencia (“¡Geografía, cosmografía, mecánica, química!”, “la visión de los números”) no iba lo suficientemente deprisa para él? Con la fórmula de la eternidad con la que ensayaría sus variaciones, ¿no habría ya orietur (Pas d’orietur, Nul orietur)? ¿Qué supondría entonces estar sobrio surnaturellement, haber adquirido poderes sobrenaturales?

La ecdótica de Rimbaud ha condicionado de una manera casi irremediable la lectura. Para nosotros, que no somos gnósticos, que no somos malditos, que no somos surrealistas, la lectura de Rimbaud solo tiene sentido si lo tiene la escritura de Rimbaud; si, al menos, algunas palabras, precisamente por haberlas utilizado Rimbaud, por formar parte del corpus escrupulosa (y en otro tiempo escandalosamente) breve de su obra, han conservado su significado e incluso han visto cómo, en virtud de su utilización, sin cánticos, han sostenido el paso ganado. ¿Podríamos pensar entonces en Rimbaud como en un poeta que ha sometido a la poesía al infierno más terrible al que pueda someterse la poesía, a su purificación conceptual, de modo que el resultado no sea ya poesía ni, mucho menos, literatura, sino —con una palabra que aparece con una especie de necesidad logográfica en Una temporada en el infierno— filosofía? ¿No sería la filosofía lo que nos permitiría entender que, no encontrando un lugar en la historia de Francia, ni en la Iglesia, ni en el cristianismo, ni en la marcha del Espíritu, y habiendo abandonado Europa, seguimos perteneciendo a Occidente, siendo occidentales? ¿Podríamos considerar Una temporada en el infierno —el texte por antonomasia de Rimbaud, el texto publicado y, por ello, el único autorizado— como un documento excepcional solo por comparación con una interpretación demasiado literal que, sin embargo, no ha supuesto una lectura verdaderamente literal? ¿Podríamos leer Una temporada en el infierno como una actualización de la antigua diferencia entre la filosofía y la poesía sin la cual no es posible empezar a hablar? ¿Podríamos entender el silencio de Rimbaud tras ese texto autorizado y, respecto a la poesía, autoritario, como un reconocimiento de no haber sido vencidos?

La humanidad se desplaza, simplemente: he aquí el enunciado contra los gnósticos que, simplemente, hemos de leer para apreciar sin vértigo toda la extensión de la inocencia de Rimbaud.

[1]Véase Jacob Taubes, ‘Notas sobre el surrealismo’, en Del culto a la cultura. Elementos para una crítica de la razón histórica, ed. de A. Assmann et al., trad. de S. Villegas, Katz, Buenos Aires, 2007, pp. 142-166.

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Δ Robert DARNTON, John ASHBERY, Pierre BRUNEL, Antonio LASTRA, Martin BATES, Neil LEADBEATER, Luis BENÍTEZ, Juan ARABIA-  Número Especial Arthur Rimbaud – Special Issue Arthur Rimbaud, Buenos Aires Poetry N°2 —— Mussé Arthur Rimbaud, Charleville, 2014 ——- Buenos Aires, 2014.
Diseño Editorial: Doppelgänger (á).

Antonio LASTRA. Doctor en Filosofía e investigador externo del Instituto Franklin de Investigación en Pensamiento Norteamericano de la Universidad de Alcalá (España). Dirige La Torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales (http://www.latorredelvirrey.es). Sus campos de trabajo preferentes son la ecología de la cultura, la traducción como lingua franca, la escritura constitucional americana, el problema teológico-político, la literatura inglesa y los estudios sobre cine. Su último libro es La necesidad logográfica (Aduana Vieja, Valencia, 2014).

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