Paul Valéry (1871, Sète—1945, París) fue un poeta, ensayista y crítico francés. Su mayor poema se considera La Jeune Parque (1917), seguido por Album de vers anciens 1890-1900 (1920) y Charmes ou poèmes (1922), que contiene “Le Cimetière marin”. Posteriormente escribió una gran cantidad de ensayos y artículos ocasionales sobre temas literarios y se interesó mucho por los descubrimientos científicos y los problemas políticos.
El cementerio marino
Este techo tranquilo, senda de palomas,
palpita entre los pinos, entre las tumbas;
el mediodía justo compone sus fuegos,
el mar, el mar que siempre recomienza.
¡Oh, recompensa tras un pensamiento
una mirada a la calma de los dioses!
¡Qué obra pura de fina luz consume
tanto diamante de invisible espuma
y cuánta paz manifiesta concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
obras puras de una eterna causa,
reluce el Tiempo y el Sueño es saber.
Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud informe y visible reserva,
agua parpadeante, ojo en que ocultas
tanto sueño con un velo de llamas.
¡Oh, mi silencio!… ¡Edificio del alma
cubierto con mil tejas de oro! ¡Techo!
Templo del tiempo, un suspiro rezuma,
a su pureza escalo y me acostumbro
todo rodeado por mi mirada marina;
como ofrenda suprema a los dioses
la serenidad de la luz sembrando
un soberano desdén en las alturas.
Como la fruta en goce se deshace
y en delicia se convierte su ausencia
la forma que muere en una boca,
yo aspiró aquí mi futuro humo
y al alma consumida el cielo canta
un rumor que muda en las orillas.
¡Mírame cómo cambio, bello cielo!
Después de tanto orgullo y de tanto
extraño ocio, pero colmado de poder,
al brillante espacio yo me abandono,
pasa mi sombra en casa de los muertos
aprisionándome a su frágil movimiento.
A llamas de solsticio expuesta el alma,
¡yo te sostengo, admirable justicia,
de la luz de las armas sin piedad!
A tu lugar primero yo te devuelvo pura,
¡Mírate!… Que devolver la luz
supone una opaca mitad de sombra.
Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
cerca de un corazón, fuente del poema,
entre el vacío y el acontecimiento puro,
de mi grandeza interna espero el eco,
¡cisterna amarga en que resuena
un vacío inminente sobre el alma!
Tú sabes, falso cautivo del follaje,
golfo devorador de sus débiles redes,
deslumbrante secreto a mis ojos velados,
¿qué cuerpo me arrastra a su lento final?
¿Qué frente me inclina a esta tierra ósea?
Una centella piensa en mis ausentes.
Sacro y cerrado fuego sin materia,
fragmento terrenal ofrecido a la luz,
venero este lugar, domado por antorchas,
compuesto de oro, piedras y árboles oscuros,
donde el mármol tiembla bajo sombras
y el mar fiel duerme entre mis tumbas.
¡Perra espléndida, aleja al idólatra!
Con sonrisa de pastor voy solitario
apaciguando misteriosos corderos,
rebaño tranquilo de mis tumbas,
¡ahuyenta a las palomas discretas,
los sueños vanos, los curiosos ángeles!
Aquí el porvenir solo languidece.
Escarba sequedades el nítido insecto;
todo arde, desecho, y el aire lo recibe
sin saber cuál es su esencia justa…
La vida es basta, ebria de ausencia,
claro es el espíritu y dulce es la amargura.
Los muertos yacen bajo esta tierra
que los abriga develando su misterio.
En lo alto, el mediodía inmóvil
en sí mismo piensa y se reconcilia
cabeza completa y perfecta diadema,
yo soy en ti el secreto cambio.
¡En mí se contienen tus miedos!
¡Mis arrepentimientos y mis dudas
son defecto de tu gran diamante!…
En su noche de mármoles pesados
un pueblo entre raíces de árboles
se ha puesto lentamente de tu lado.
Allí fundidos en una densa ausencia,
la roja arcilla se bebió la blanca especie,
¡y el don de la vida pasó a las flores!
¿Dónde estarán las frases de los muertos,
el arte personal, las almas singulares?
Las larvas tejen donde se forma el llanto.
Agudos gritos de jóvenes exaltadas,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
encantador pecho que juega al fuego,
la sangre brilla en los labios rendidos,
las manos vigilan los últimos dones,
¡bajo tierra va todo y entra en el juego!
¿Y tú, alma grande, esperas un sueño
que ya no tenga el color del engaño
que es onda y oro a los ojos de carne?
¿Cuándo seas vapor vendrá tu canto?
¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡y la santa inquietud también desfallece!
Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horrible laurel,
vuelves a la muerte un seno materno,
¡bella mentira y astucia piadosa!
¡Quién no conoce y quién no rehúye
ese cráneo vacío y esa risa eterna!
Padres profundos, deshabitadas cabezas
que bajo el peso de tantas paladas
son la tierra y confunden nuestros pasos,
el verdadero roedor, el gusano irrefutable
no es para ti que bajo la lápida duermes,
¡el vive de vida y nunca me abandona!
¿Será el amor o el odio de mí mismo?
¡Tan cerca de mí está su diente secreto
que pueden convenirle todos los nombres!
¡Qué importa! ¡Él mira, quiere, sueña, toca!
¡Mi carne lo complace, aún en mi lecho,
y mi vida pertenece a este viviente!
¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has atravesado con la flecha alada
que vibra, vuela, y no vuela más!
¡Me fecunda el sonido y la flecha me mata!
¡Ah, el sol!… ¡Qué sombra de tortuga
para el alma, inmóvil y veloz Aquiles!
¡No, no!… ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Rompa mi cuerpo esta forma pensativa!
¡Beba mi pecho el nacimiento del viento!
En la frescura que el mar exhala
retorna mi alma… ¡Oh, potencia salina!
Corramos a las olas y volvamos vivos.
¡Sí! Un gran mar de delirios dotado,
piel de pantera y clámide agujereada
por millares y millares de ídolos del sol,
hidra absoluta, ebria en tu carne azul,
que te muerdes la cola centelleante
en un tumulto parecido al silencio.
¡El viento se eleva!… ¡Volvamos a la vida!
Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
¡salta entre las rocas una ola de polvo!
¡Volad, páginas, todas deslumbradas!
¡Romped, olas, con renovadas aguas
este techo tranquilo picoteado por las velas!
Le cimetière marin
Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes ;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer, toujours recommencée !
O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux !
Quel pur travail de fins éclairs consume
Maint diamant d’imperceptible écume,
Et quelle paix semble se concevoir!
Quand sur l’abîme un soleil se repose,
Ouvrages purs d’une éternelle cause,
Le temps scintille et le songe est savoir.
Stable trésor, temple simple à Minerve,
Masse de calme, et visible réserve,
Eau sourcilleuse, Oeil qui gardes en toi
Tant de sommeil sous une voile de flamme,
O mon silence! . . . Édifice dans l’âme,
Mais comble d’or aux mille tuiles, Toit !
Temple du Temps, qu’un seul soupir résume,
À ce point pur je monte et m’accoutume,
Tout entouré de mon regard marin ;
Et comme aux dieux mon offrande suprême,
La scintillation sereine sème
Sur l’altitude un dédain souverain.
Comme le fruit se fond en jouissance,
Comme en délice il change son absence
Dans une bouche où sa forme se meurt,
Je hume ici ma future fumée,
Et le ciel chante à l’âme consumée
Le changement des rives en rumeur.
Beau ciel, vrai ciel, regarde-moi qui change !
Après tant d’orgueil, après tant d’étrange
Oisiveté, mais pleine de pouvoir,
Je m’abandonne à ce brillant espace,
Sur les maisons des morts mon ombre passe
Qui m’apprivoise à son frêle mouvoir.
L’âme exposée aux torches du solstice,
Je te soutiens, admirable justice
De la lumière aux armes sans pitié!
Je te tends pure à ta place première :
Regarde-toi! . . . Mais rendre la lumière
Suppose d’ombre une morne moitié.
O pour moi seul, à moi seul, en moi-même,
Auprès d’un coeur, aux sources du poème,
Entre le vide et l’événement pur,
J’attends l’écho de ma grandeur interne,
Amère, sombre, et sonore citerne,
Sonnant dans l’âme un creux toujours futur !
Sais-tu, fausse captive des feuillages,
Golfe mangeur de ces maigres grillages,
Sur mes yeux clos, secrets éblouissants,
Quel corps me traîne à sa fin paresseuse,
Quel front l’attire à cette terre osseuse ?
Une étincelle y pense à mes absents.
Fermé, sacré, plein d’un feu sans matière,
Fragment terrestre offert à la lumière,
Ce lieu me plaît, dominé de flambeaux,
Composé d’or, de pierre et d’arbres sombres,
Où tant de marbre est tremblant sur tant d’ombres ;
La mer fidèle y dort sur mes tombeaux !
Chienne splendide, écarte l’idolâtre !
Quand solitaire au sourire de pâtre,
Je pais longtemps, moutons mystérieux,
Le blanc troupeau de mes tranquilles tombes,
Éloignes-en les prudentes colombes,
Les songes vains, les anges curieux !
Ici venu, l’avenir est paresse.
L’insecte net gratte la sécheresse ;
Tout est brûlé, défait, reçu dans l’air
A je ne sais quelle sévère essence …
La vie est vaste, étant ivre d’absence,
Et l’amertume est douce, et l’esprit clair.
Les morts cachés sont bien dans cette terre
Qui les réchauffe et sèche leur mystère.
Midi là-haut, Midi sans mouvement
En soi se pense et convient à soi-même …
Tête complète et parfait diadème,
Je suis en toi le secret changement.
Tu n’as que moi pour contenir tes craintes !
Mes repentirs, mes doutes, mes contraintes
Sont le défaut de ton grand diamant …
Mais dans leur nuit toute lourde de marbres,
Un peuple vague aux racines des arbres
A pris déjà ton parti lentement.
Ils ont fondu dans une absence épaisse,
L’argile rouge a bu la blanche espèce,
Le don de vivre a passé dans les fleurs !
Où sont des morts les phrases familières,
L’art personnel, les âmes singulières ?
La larve file où se formaient les pleurs.
Les cris aigus des filles chatouillées,
Les yeux, les dents, les paupières mouillées,
Le sein charmant qui joue avec le feu,
Le sang qui brille aux lèvres qui se rendent,
Les derniers dons, les doigts qui les défendent,
Tout va sous terre et rentre dans le jeu !
Et vous, grande âme, espérez-vous un songe
Qui n’aura plus ces couleurs de mensonge
Qu’aux yeux de chair l’onde et l’or font ici ?
Chanterez-vous quand serez vaporeuse ?
Allez! Tout fuit! Ma présence est poreuse,
La sainte impatience meurt aussi !
Maigre immortalité noire et dorée,
Consolatrice affreusement laurée,
Qui de la mort fais un sein maternel,
Le beau mensonge et la pieuse ruse !
Qui ne connaît, et qui ne les refuse,
Ce crâne vide et ce rire éternel !
Pères profonds, têtes inhabitées,
Qui sous le poids de tant de pelletées,
Êtes la terre et confondez nos pas,
Le vrai rongeur, le ver irréfutable
N’est point pour vous qui dormez sous la table,
Il vit de vie, il ne me quitte pas !
Amour, peut-être, ou de moi-même haine ?
Sa dent secrète est de moi si prochaine
Que tous les noms lui peuvent convenir !
Qu’importe! Il voit, il veut, il songe, il touche !
Ma chair lui plaît, et jusque sur ma couche,
À ce vivant je vis d’appartenir !
Zénon! Cruel Zénon ! Zénon d’Êlée!
M’as-tu percé de cette flèche ailée
Qui vibre, vole, et qui ne vole pas !
Le son m’enfante et la flèche me tue !
Ah ! le soleil . . . Quelle ombre de tortue
Pour l’âme, Achille immobile à grands pas !
Non, non ! …. Debout ! Dans l’ère successive
Brisez, mon corps, cette forme pensive !
Buvez, mon sein, la naissance du vent !
Une fraîcheur, de la mer exhalée,
Me rend mon âme . . . O puissance salée !
Courons à l’onde en rejaillir vivant !
Oui! grande mer de délires douée,
Peau de panthère et chlamyde trouée
De mille et mille idoles du soleil,
Hydre absolue, ivre de ta chair bleue,
Qui te remords l’étincelante queue
Dans un tumulte au silence pareil,
Le vent se lève! . . . il faut tenter de vivre !
L’air immense ouvre et referme mon livre,
La vague en poudre ose jaillir des rocs !
Envolez-vous, pages tout éblouies !
Rompez, vagues! Rompez d’eaux réjouies
Ce toit tranquille où picoraient des focs !
Extraído de Paul Valéry, Poésies, Gallimard, Paris, 1966, pp. 100-105 | Traducción de Edinson Aladino | Buenos Aires Poetry 2024






