Philip Levine (1928—2015) fue una de las voces poéticas más destacadas de su generación, «un Whitman grande e irónico del corazón industrial», según Edward Hirsch. Hijo de inmigrantes ruso-judíos, Levine nació y creció en la Detroit industrial, donde comenzó a trabajar en las fábricas de automóviles a los 14 años. De niño, en plena Gran Depresión de la década de 1930, quedó fascinado por los acontecimientos de la Guerra Civil Española. Sus héroes no solo fueron quienes lucharon contra el fascismo, sino también la gente común que trabajaba en empleos desesperados simplemente para evitar la pobreza. Conocido por su interés en la cruda realidad del trabajo manual y los obreros, Levine se propuso «dar voz a los que no la tenían» mientras trabajaba en las plantas automotrices de Detroit durante la década de 1950. «Vi que la gente con la que trabajaba… en cierto modo, no tenía voz», explicó en la revista Detroit Magazine. «Y como hacen los jóvenes, ¿sabes?, hice la tonta promesa de que hablaría por ellos y que así sería mi vida. Y, efectivamente, lo he hecho. O al menos lo he intentado».