La canción del arrozal, de Lafcadio Hern | Ignacio Oliden

La canción del arrozal

La canción del arrozal (También el caracol, 2019) recopila partes de varios libros (A Japanese Mischellany, Exotics and Retrospectives, Kotto, Kwaidan, y Shadowings) y presenta los estudios que Hearn dedicó a los insectos. Por mi parte, debo decir que entré a Lafcadio Hearn a través de Ghosts, Spirits and The Horrific Kwaidan: Stories and Studies of Strange Things cuando un amigo me lo acercó y me pidió que no hiciera caso a los ataques contra su exotización y romantización de Japón. Que las acusaciones eran ciertas, pero que no hiciera caso. Probablemente fuera la única forma para Hearn de dar a entender qué es y cómo es lo poético en Japón, qué es lo raro, y por qué lo que para un occidental del siglo 19 era feo, para un japonés era mágico, pero una magia que era natural: “Como se cultiva arroz en todo el país, hay terrenos inundados por todos lados, y por todos lados ranas. Nadie que haya viajado por Japón podrá olvidar la canción del arrozal”. 

Los insectos significan poco para el occidental, pero uno no puede olvidar que estos son versos escritos por poetas que, después de escuchar el canto del uguisu (1) entre las flores y la voz del kawazu (2) que habita los estanques, no pueden más que preguntarse si existe un ser vivo sin canción (las palabras son del prefacio del KokinishūColección de Poemas antiguos y modernos escrito por Ki no Tsurayuki). Es decir, son versos escritos y leídos por quienes tenían la música de los insectos como algo tan común como la lluvia, y esa música era un concomitante necesario para el trabajo o para el ocio, el placer, o lo que fuere. El costado poético del insecto es casi un hecho real para el japonés que se refleja en el poema, y no era una fabulación creativa ni un arrebato fantástico:

En todo Japón, durante el verano, los niños celebran sus cacerías de luciérnagas; suelen elegir noches sin luna para sus expediciones. Las niñas llevan abanicos de papel, los niños se arman de largas varas livianas a cuyos extremos atan ramilletes de hojas de bambú frescas. Cuando a las luciérnagas se las derriba con un abanico o con el ramillete de bambú, como tardan en volver a remontar vuelo, se las puede atrapar fácilmente. Los niños cantan mientras cazan, se supone que las canciones atraen a sus presas luminosas. Estas canciones difieren según la zona, y existen en gran número. 

Probablemente, para Hearn, no exotizar no era una opción al momento de hablar a los occidentales. Esos excesos son necesarios cuando la idea que se transmite es lejana, porque cuando algo no se explica de manera eficiente, muchas veces se lo asocia a lo que ya conocemos, o se dice que es falso, ficción. Hearn debe dar cuenta de que hay una fracción de la sensibilidad occidental que permanece cerrada, pero que ya está siendo explorada por los japoneses desde hace siglos: “Los estridentes puestos de los vendedores de insectos en las ferias, ¿no proclaman una comprensión popular y universal de las cosas que en Occidente solo han explorado unos pocos poetas?”. 

La poesía japonesa que estudia Hearn, y gran parte de toda la poesía de esa tradición, está basada en observaciones del mundo natural. Son impresiones del mundo, imágenes de las que decanta una idea filosófica. Accuracy of observation is the equivalent of accuracy of thinking dice Wallace Stevens. Muy pocos poetas modernos, según Hearn, tienen la ingenuidad descriptiva que tenían los antiguos, que parecen haber observado insectos con “paciencia y curiosidad fresca imposibles para la actual generación ajetreada”. En el caso de algunos poetas que trae Hearn, la osbervación viene de una especie de defamiliarización de un mismo, una descentralización del sujeto, que vuelve evidentes las conexiones entre los objetos del mundo:


Todavía clara

permanece hoy

la corriente de Asuka

donde por la noche

canta el kawazu.

(Manyōshū)


Tu canto, higurashi, (3)

anuncia el atardecer de un día

de tareas inacabadas.

(Rikei)


Asustada por un golpe de badajo

que no era destinado a ella,

la pobre libélula.

(Senkei)


El insecto era la puerta de entrada a lo invisible. La observación de las relaciones entre ellos y las cosas del mundo revelaba los problemas importantes, como cuando la rapidez del vuelo de la libélula, “casi invisible como el brillo de una aguja de color” les dio una metáfora para la impermanencia. A Hearn no le interesa lo microscópico de manera científica, sino la verdad incomputable que le revela el insecto a partir de una ignorancia que los japoneses asumen, y que el occidental niega. Se puede ver los ojos compuestos de la libélula a través de un microscopio, pero eso no es más preciso que el descubrimiento de que una libélula prefiere posarse en un cuerno de vaca o en un palo en vez de dar vueltas por las flores, o que al caer el sol la libélula revolotea hacia la luz hasta que el sol se hunde, y ahí la libélula se eleva. 

La observación fresca y exacta se combina con un misterio profundo producto del reconocimiento de ese mundo inexplorable. El poeta lo asume y encuentra el regocijo estético en esa ignorancia:


¿Qué puedes estar saboreando

sobre el palo de esa cerca,

libélula?


Hasta qué punto el trabajo de Hearn sobre Japón nos habla más de Hearn que de Japón, o qué tan romantizada es el Japón de sus escritos, no debería ser un obstáculo para evaluar sus acercamientos a la poesía japonesa. Los ensayos sobre insectos son ciertamente uno de los núcleos más productivos de su obra, y en esa mezcla de estudio cultural e histórico, a la vez que colección de poemas breves, Hearn exhibe un factor fundamental de la poesía japonesa: “los japoneses encuentran belleza donde nosotros, ciegamente, imaginamos fealdad, deformidad o repugnancia: belleza en los insectos, en las piedras, en las ranas”.



NOTAS

(1) Cettia cantans, el ruiseñor japonés.

(2) Kawazu, rana cantante de Japón.  

(3) Higurashi: cigarra que canta con la puesta o la salida del sol. Su nombre significa “atardecer”.


LAFCADIO HEARN. THE NEW YORK PUBLIC LIBRARY. 






Lafcadio Hearn. La canción del arrozal, selección y traducción de Mariana Alonso, estudio preliminar de Miguel Sardegna, ilustraciones de Emanuel Gómez. 2019. También el caracol: Buenos Aires.