mínima antología desde la rabia (Colección Pippa Passes, 2024) | Carlos Egaña

Carlos Egaña (Caracas, 1995) es un escritor venezolano radicado en Nueva York, donde cursó la maestría en Escritura Creativa en Español de NYU. Entre sus obras, destacan la novela Reggaetón (Ediciones Puntocero, 2022) y los poemarios hacer daño (Oscar Todtmann Editores, 2020) y Los Palos Grandes (dcir ediciones, 2017). Ha sido profesor de Estudios de Género y Narrativa Norteamericana Contemporánea en la Universidad Católica Andrés Bello, así como de lenguas modernas en distintos niveles educativos. Y ha publicado textos sobre artes plásticas, política latinoamericana y cultura pop en varios medios de Venezuela (como Prodavinci y El Estímulo) y los Estados Unidos (como Jacobin y NACLA).

 

 

para Jonghyun (abril, 2019)

¿recuerdas, Jonghyun,
cuando movías tus caderas y rayabas un disco fantasma
fingiendo fantasías militares?

¿recuerdas cuando me guiñabas el ojo
segundos antes que la luz se esfumara?

derretía mis uñas con lágrimas de cera mientras murmuraba
tus versos para asordar mi derrota, no oía
las palabras de mi madre, eran cacerolas
ante el guayabo.

mientras tantos parqueaban sus carros entre los hoyos
de las nubes y la autopista
como si la barra solitaria de señal de sus móviles implicara la resurrección

como si amaran o sintieran o vivieran en busca
de errores afortunados

volteaba mis ojos en busca de tus promesas de estar conmigo siempre.

아주 아주 꽤, lo que lloré mientras bañaba mis costras en lo oscuro.
아주 아주 아주 꽤, los temores marabinos entre saqueos y fuego sucio.
아주 꽤, mis tropezones al simular tu coreografía.

no quise ser responsable por quienes perdieron la salud
ni busqué la fama ante las cámaras extranjeras del afuera,
apenas quise que me felicitaras desde tu sombra, desde las mías.
pero cuando volvieron del quirófano los bombillos
y los rostros de mis primos dejaron de ser arcilla

cuando los teléfonos de la cuadra perdieron sus bozales
y secuestraron la serenata de las chicharras

cuando la sangre dejó de centellear en las aceras
y se evaporó debajo de los faroles,

entendí que mi sufrimiento jamás será igual que tu belleza.

 

ya viene el sol

¿de qué carajo se escribe
cuando la sonrisa apuñala cada rincón
de la cara? ¿cómo reventamos las arrugas
del alma cuando se vuelven vapor sin dirección?

¿para qué vomitar palabras, manchas cuyo sentido decidimos
entre chispas y ganas de desnudarnos, cuando no bastan
para tapar los cráteres en mi cráneo?

(erupción. elipsis. las oraciones se pierden bajo cataratas
y dejan de respirar sin queja alguna.)

si los escupitajos que culminan en revistas
mohosas, ilusas nacen del dolor, ¿por qué
mi lengua se escapa de mis labios, enciende la fogata,
danza sobre el teclado que no conoce la paciencia?

(sospecha. sollozo. mi infancia tiembla
dulcemente.)

¿de dónde vinieron las nubes que me llovieron
en esta ciudad? ¿desde cuándo mi cuerpo se siente en paz?

(si después de tantas dudas me estiro,
flexiono mis facciones más flojas y me vuelvo la curva
que tiene como detalle el punto bajo, bajito, tristón,
¿habrá alguna cuchara que recoja mi simetría?)

¿será que el optimismo trota fuera de diccionarios?

¿será que soy muy duro conmigo mismo?

¿será – qué – será?

 

no sé to’

siéntolo, siéntolo, no conozco
las virtudes del desierto. cuento
poemas y recito numeritos
en voz alta –terca, torpemente.

(de repente, el Esequibo:
la pata trasera de nuestro elefante.
no me quito de las alas o cabeza
los mapas repetidos, pisoteados

de los libros de texto, las consignas,
la bibliografía más persuasiva
mientras entrego mi paciencia

al aprendizaje de los hijos de estalactitas.)
soy un pincel que escribe caricaturas
de sus dudas, una mosca distraída pero brava.

 

hdp

yo siempre quise ser un hijo de puta
(perdóname, Benito, pero bichote es una palabra
que no sabe encestar). el más grande de todos,
heredero del semen más sucio, penes rasurados,
bolas de todo tamaño, cartas amorosas y cachetadas.
en el colegio veía a los que jugaban futbol, amoratados
mas adorados en las clases que raspaban, y fantaseaba
con tener pies menos frágiles y tatuar su rostro con mis suelas.
encantados bastante, conmigo. cuando contaba con mis dientes
cada mentira de las misas, cuando compartía
mi soberbia alecturada, celebraban la bajeza de mi voz.
empecé con el ron, fui para sus fiestas
(escultura, muestra del zoo, jamás entendí mi lugar entre músculos).
la meta no me dejaba quieto, volverlos mierda, dejar en evidencia
la gafedad y transparencia de sus astucias, lo que les prometían.
no me pararon. o bueno, me dieron un taburete.
qué borrado, tienes buena labia, coño está deep,
cumplidos que convalidaban qué, vale, cuál era el punto.
fue suficiente: me gradué de ese desierto, conocí las cataratas,
aplaudieron las burlas y la ayuda, muy interesada.
después Montalbán me trago, o mejor, me tragué
sus inseguridades como si yo no tuviera alguna.
lo recuerdo perfectamente, la primera clase de religión,
vestigio del orden que jamás dejaré entrar en mis papeles,
el hobby principal de casi todos era comer, o peor, dormir.
auxilio, sorpresa, revelación, aquí nuestras voces no mimarán ecos.
me di cuenta luego de tragar gas y eructarlo, Coca-Cola cualquiera,
que los tornillos que faltaron al construir mi cerebro valían cero.
podía mentir y mimar y masajear el ego que comparto con el resto
siempre que el verbo siguiera al sujeto, después del predicado, la fórmula.
todos los que decidimos quedarnos en Caracas estábamos huecos
de cabeza, de empatía, de esperanza.
mis enfermedades no fueron sorpresa
ante las expectativas de mis compañeros que clamaban por cambio.
mejor dicho, mi depresión y mi vocación al riesgo, cuestiones traducidas
en poemas donde el suicidio reina, no fueron un obstáculo,
nada que matara.
los chismes sobre mi incoherencia me volvieron morbo, me veían
con el asco de las divinuras, el error que ni los padres descifrarían.
(estoy muy esotérico, te explico, los bebés me dan miedo:
me dijeron que estudiar letras y ser escritor eran mundos aparte,
que perdía mi tiempo.
me dijeron que nadie votaría por alguien del agujero,
que no favorecía a los demás candidatos.
mis notas fueron estelares, tantos votaron por mí.
rompí las expectativas al recortar la timidez
con tijeras que todavía conservo.) mi mano contra la ventana, la miro,
las cicatrices se escondieron tras los traumas, el tránsito.
ya no veo las cortadas cuando chamo, los ejercicios con hojillas
imitaban los rumores en inglés, los dramas de GeoCities, de LimeWire.
ya no veo los moretones universitarios: el caucho sin aire,
los chismes homofóbicos, el típico zombi
que relataba los intentos fallidos de suicidarme.
la cosa se encaminaba, queda claro, mis piernas tuertas se desvanecieron
ante el asombro medianero. los universitarios aman exaltar la diferencia
pero se quedan pegados en el uniforme, causar inspiración no costó mucho.
(vamos con el alfabeto, los vecinos que nos asustan: equis,
ye, zeta. tampoco significó tanto, sacrifiqué mis sinapsis
por las consignas y los deberes y las leyendas. me entregué
sin lazo ni papel celofán al himno nacional. era la respuesta
lógica, pero quién carajo sabe qué esa palabra significa.)
me glorificaron luego, me resintieron luego, me deletearon
luego de que el flow de mi culo dejara los labios sin agua.
(como Taylor Swift, incorrectamente dije lo correcto,
mis canciones y rabietas de chamaco quedaron infértiles.)
los otros once signos del zodíaco dudaron de mi cola,
solo quedaba mi cuerpo para clavar. ¿por qué, Caracas,
cementerio sobre el sótano, perdiste tus ganas
de lamerme entre las piernas para morder mi soberbia?
me mudé después en contra del esfuerzo,
de las botas pisadas y sorbidas.
ahora que mi nombre no divide las noticias
ahora que Nueva York ha nevado sobre mí,
me doy más bien cuenta que yo soy la puta.
follo con media ciudad sin pensar
en los suplicios, el saber de las calles.
no sé cuántas botellas de vidrio germinaré, sé que
mis raíces dejaron de vestirse de venas y flirtear con el bisturí.
sí, soy la puta, mamá de mis enemigos y tus molestias,
aquella que recibe tus DMs
en la madrugada, que corroe tus términos y condiciones.
aquella que se lame en público para demostrar su pulcritud.
he sacrificado la fama por las verdades, el drama por el dinero.
me esposé las muñecas y me tragué la llave
en busca de mi más nítida definición. creo que la conseguí,
pero la tuve dentro de mí desde el inicio
pero creer y creerse desgasta.

 

 

   


  

CARLOS EGAÑA
mínima antología desde la rabia
Buenos Aires Poetry, 2024
90 pp.; 15,24 cm x 22,86 cm.
ISBN 978-987-8470-90-0
Poesía Venezuela