Palabras como sal. Un paraíso humano alternativo hecho de luz: Transparencia y dimensión de la dicción poética
Discurso en la Ceremonia de Apertura de la Zigong “Belt and Road” International Poetry Week. 17 de noviembre, 2018.
Comparado con el lenguaje natural, la dicción poética pertenece a una categoría distinta, notablemente alejada del uso cotidiano en el mundo real. De todos modos, no se debe inferir que exista una frontera clara y arraigada entre ambos. Quiero decir que el lenguaje poético, por necesidad, es a veces abstracto, sugerente, simbólico, y críptico. Sin duda, el edificio de la poesía se erige con palabras, una tras otra, una sobre otra, como los acueductos romanos y las pirámides egipcias, una pieza colocada sobre o a través de otra con habilidad y a la perfección. La similitud de esta analogía del poeta como albañil verbal termina donde las palabras parecen estar culturalmente cargadas hasta el punto de que, una vez que tal monumento poético se desmorona, las piedras dispersas responderán amorosamente al toque humano. Aquí hay una ocasión para reflexionar sobre el origen y la función primarios, e incluso primigenios, del lenguaje poético. Un poeta es, por definición, una persona consciente de las palabras, comprometida, incluso obsesionada con ellas, para poder dar forma expresiva, sugerente y precisa a lo que quiere decir, una forma que pueda hacer el truco de sugerir, evocar, mientras el poeta debe evitar tanto como sea posible la retórica y la moralización, y casi nunca entrar en generalizaciones explícitas.
En la recopilación definitiva de las obras canónicas del idioma Yi, el lugar de honor lo ocupan las epopeyas, compuestas sin excepción en paralelismos o estrofas, lo que supone la llegada de la madurez del Yi a la par del respetable chino, y de costumbres e idiosincrasias que, con el tiempo, afectarían todos los aspectos de la cultura Yi, caracterizada por la diversidad, la inestabilidad, y la lucha. De hecho, las epopeyas, no necesariamente una joya en el sentido literal, sino cada una, esmeralda verbal y ópalo verbal, de calidad y carácter intrínsecos, marcan y forjan colectivamente el patrimonio cultural que nutre la espiritualidad Yi, y da rienda suelta a los bardos locales que vocalizan y aprovechan las fuentes rítmicas de su cultura. No es casualidad que todos los lingüistas conjeturen que en algún comienzo hipotético la poesía era la única forma de usar el lenguaje. Y los antropólogos básicamente suscriben a la misma noción de la poesía como abridora del lenguaje y preservadora de la identidad de los pueblos étnicos que habitan los rincones más remotos de nuestro globo.
Como las epopeyas anclan los enigmas de la vida en medio de las realidades mundanas de las tareas y los trabajos, tradicionalmente, los bardos épicos dentro de una típica comunidad Yi desempeñan una doble función; es decir, cantantes que entretienen y deleitan «hirviendo en otra parte con tal levadura lírica»1, así como sabios que hacen declaraciones sensatas sobre el mundo inmediato mientras negocian entre lo secular y lo divino. Por lo tanto, se cree que el lenguaje y la poesía están vinculados con el ritual en la mayoría de las sociedades agrícolas, recolectoras y pastoriles. La poesía, afirman, surgió al principio en forma de hechizos mágicos invocados para evitar una hambruna o asegurar una buena cosecha antes de expandirse más tarde para honrar a los antepasados, explicar la alteración de las estaciones, la vida y la muerte, y registrar el pathos del amor perdido de la doncella y el joven, rezar para alejar el mal, consolar a los que se someten al duelo. Históricamente, la escritura es posterior al habla, ya que el hombre poetiza oralmente mucho antes de escribirla. En lugares aún inaccesibles, extremadamente remotos, donde no se ha desarrollado ningún sistema de escritura, ni caracteres ni alfabeto, la tradición oral aún sobrevive para los hombres y mujeres de las tribus que persisten en concentrar, comprimir, e intensificar su habla para representar una experiencia particular, cristalizándola en un canal de «desbordamiento espontáneo de sentimientos poderosos»2, centrándose en temas de la naturaleza y la vida rural para mostrar su dignidad y validez artística. Uno de nuestros proverbios Yi compara los poemas con la sal lingüística. Incluso hoy en día, en ocasiones importantes como bodas y funerales, los ingenios del pueblo todavía cantan canciones o recitan poemas que tienen patrones de llamada y respuesta como los Negro spirituals, con cantantes principales estableciendo una línea o frase, y su rival o el grupo que responden repitiendo o jugando con las vibraciones de la misma.
A partir de los fragmentos poéticos existentes dejados por la gente de la antigüedad clásica, tomamos señales de que el lenguaje da cuenta de la creación de todos los ejemplos de poesía, de suficiente importancia y peso, y debemos agregar oportunamente ciertos recursos lingüísticos que intervengan en la producción de un tesoro nacional digno de considerarse la crema de un idioma nacional. No es de extrañar que muchos países se enorgullezcan de poseer esas bendiciones divinamente otorgadas alineadas al grano de su vida. De hecho, las opiniones exaltadas sobre el lugar apropiado de un poeta en la sociedad han sido consenso entre las naciones «con venas llenas de material poético» que «más necesitan poetas y sin duda tendrán los más grandes y los usarán al máximo»3. Por esa simple razón las imponentes obras del lenguaje de los poetas, ejecutadas de manera expresiva, sugerente, opaca o evocadora, usan el lenguaje como una ventana a la experiencia, tan variada, compleja y heterogénea, y suministran una infinidad de posibilidades estéticas para la audiencia y los lectores.
Los poetas a veces son llamados magos de las palabras, y las palabras para los poetas son como las varitas para los magos; alfombras voladoras, otras veces, o una paloma que levanta vuelo en un abrir y cerrar de ojos o un pez rojo en una pecera en un punto nodal espacial y temporal. A pesar de toda su variedad, capricho y creatividad, los poetas crean un mundo propio, por derecho propio, que puede estar muy lejos de lo que todos conocemos y a años luz de lo que habitamos. Al igual que las innovaciones de Schönberg en la atonalidad, sensuales, espontáneas, instintivas, «orgías sonoras» (como lo llama uno que lo detesta), suenan como pueden, forman un todo integral e indivisible, un multum in parvo, y su enfoque, tanto en términos de armonía como de desarrollo, ha sido uno de los más influyentes del pensamiento musical del siglo XX.
Permítanme citar aquí un pasaje sabio, en honor a cierto poeta estadounidense: «Un poeta debe estar empapado de palabras, literalmente empapado de ellas, para tener las adecuadas para sí mismo en los patrones adecuados en el momento adecuado»4. Estoy totalmente de acuerdo con él en que nosotros, los poetas, además de las tres desideratas, es decir, la preocupación convencional por las propiedades formales (esquemas rítmicos o de rima, cadencia interna), la disposición tipográfica (el equilibrio y el cambio de línea, pareado, estrofa) y la propensión ultramoderna a ver la poesía como un constructo lingüístico en estos tiempos caídos, nunca en todo el proceso debemos descuidar el problema fundamental que es la dicción poética. Es una dicción, por así decirlo, muy consciente de su poder de elegir términos con efecto de precisión, y de combinar los términos en frases con el mismo efecto de peculiar precisión. Esta sensibilidad homérica consagrada por el tiempo y la lucha por la precisión léxica es la prueba definitiva de la buena poesía frente a la mala, lo que en parte explica la opacidad emotiva y la opacidad intelectual enigmática ejemplificada en la poesía del alemán Paul Celan, el peruano César Vallejo y el ruso Boris Khlebnikov. Verdaderamente, el artificio poético en el que han trabajado y construido es intimidante para muchos, un código Morse poético, herméticamente cerrado, para ser atacado y descifrado incluso por críticos profesionales, notoriamente inhóspito para los traductores. Las creaciones imaginativas en esta línea sirven para indicar la complejidad del temperamento modernista, ya que un poema es, en esencia, no tanto un sentimiento, una voluntad, una pasión, sino una mente, un modo de pensamiento, percepción; en resumen, una forma de ver y decir. Dicho todo esto, han infundido su complejidad artística con un profundo sentido del valor humano, ofreciendo lecciones ocasionales pero importantes, momentos de iluminación, por más tenues y oscuros que sean, rebosantes de la cualidad de afirmación que esperamos de los grandes poetas.
El lenguaje poético, o más bien, los hilos verbales del tejido poético, para los iniciados, evocan una vista majestuosa de un cielo estrellado, tiburones esquivos en las profundidades insondables, guijarros brillantes en un lecho de río seco, y gotas de lluvia en un pétalo de flor después de un aguacero. Todos estos ejemplos proporcionan pistas sobre por qué nos deleitamos con la poesía, los sonidos de las palabras, sus ritmos y rimas, ya que apela a nuestros intelectos y estimula nuestra imaginación al exigirnos visualizar y conceptualizar eventos, lugares, y personajes fuera del reino de la experiencia cotidiana. Para un poeta de cualquier valor, todo el lapso de su vida es demasiado corto para luchar con el lenguaje, es como jugar a las escondidas toda la vida. A veces tropieza con el lenguaje, una señal de bendición genuina. A veces lo pierde de vista por completo. Cuando finalmente encuentra la palabra correcta, su trofeo: nace un buen poema. La disputa perenne sigue siendo: los límites de la percepción, la accesibilidad de la verdad, la naturaleza y el alcance del conocimiento y el nombramiento. Las palabras son a la vez opacas y cristalinas, ambiguas y misteriosas. Esto no es nada nuevo, como lo prueban nuestros sacerdotes bimo desde la infancia de la humanidad: cantando grandilocuentemente un himno, mirando y asombrándose ante las extensas cordilleras de montañas, el sol saliendo y poniéndose, y su voz siendo llevada a través del fuego y la luz hacia las Bóvedas Celestiales, reverberando alto y bajo, allá y acá. ¡Qué manera de contemplar el misterio y el poder de las divinidades y liberar energía cósmica en sintonía con los movimientos de los cuerpos celestes! Aquí hay otro caso de intraducibilidad, igualmente notoriamente desconcertante e inescrutable que los textos poéticos más arcanos. En mi lugar de origen, en la zona montañosa de Daliang, corazón de la cultura Yi, nuestros bimo, todavía reverenciados por ejercer su oficio y cumplir con su tarea sobre el espíritu humano, habitualmente recitan una oración en forma de poemas, los mejores poemas que el pueblo Yi puede presumir, felizmente, «debido a la coincidencia de formas que se encierran en el poema»5. La mayor parte de la poesía Yi contiene el paralelismo, está cargada divinamente con un ethos, una energía, y un poder mítico que se eleva cada vez más, el medio ideal que negocia entre la realidad y la nada, una parte integral e indivisible de nuestro mundo. Nuestros bimos, como todos los grandes poetas, nos arrebatan elevando sus voces siempre, al final, a la trascendencia, porque han visto claramente y saboreado con intensidad la gloria y la miseria de los miserables. La suma total de nuestro legado poético, tradición y experimento, un asombroso y deslumbrante juego de lo transparente, lo críptico, lo ambiguo, lo concreto, lo abstracto, lo metafísico, lo simbólico, lo surreal, lo elusivo, lo accesible, lo obvio, nos revela esta verdad vital de manera íntima y distinta.
NOTAS
1 E. A. Robinson, «New Enlgand».
2 Wordsworth, Prefacio a Lyrical Ballads.
3 Whitman, Prefacio a Leaves of Grass.
4 Hart Crane, de una carta citada en Hart Crane: The Life of an American Poet, Philip Horton.
5 J.V. Cunningham, https://www.britannica.com/art/poetry/Poetry-and-prose
Extraído de Jidi Majia, Poets as Worthy Stewards of Tradition, Regent Press, California, 2022, p. 42-48 | Traducción de Ignacio Oliden | Buenos Aires Poetry 2024
