El canto de las cenizas (Colección Pippa Passes, 2025) | Pamela Amari

Pamela Amari (Chile, 1988). Autora y artista de rigurosa formación autodidacta. Su obra, con raíces en el arquetipo gótico y la poesía confesional, se distingue por una profunda honestidad lírica. Aborda el erotismo, el desborde y la identidad emocional desde una voz íntima y simbólica. Amari ha cultivado una carrera paralela como violinista, disciplina que infunde en su verso una notoria cadencia y estructura rítmica. Su estilo se caracteriza por una búsqueda estética que une la vulnerabilidad con la fuerza expresiva de la palabra.

 

 

Alma del anochecer.
(Preludio).

Nunca fui lo que debía ser;
la luz siempre huyó de mí.
Hace mucho se abrió una grieta,
y por ella se colaron las sombras.

No pertenezco aquí.
Mi alma se debe al anochecer.
La luna es mi amiga y mi confidente,
me guía por el sendero
que traza con paciencia en el cielo.

Siento la falta de algo,
una ausencia con filo de herida.
No tiene nombre, no tiene forma,
pero sangra como si estuviera abierta.

 

Mi ofrenda secreta.

No recuerdo el instante exacto
en que comenzaste a habitarme.
Fue como una niebla densa
que me inundó sin remedio.

No es un deseo urgente,
es un reconocimiento:
mi alma reflejada en la tuya,
mi sombra inclinándose hacia tu sombra.

Tu dolor no me pasa desapercibido,
ese que vistes de extravagancia.
Lo siento como si fuera mío,
como si hubiese esperado siglos por encontrarlo.

Te observo.
Y en mi silencio murmuro:
eres el faro en mi noche más oscura,
el altar al que ofrezco
mi vigilia y mi desvelo.

 

Animal nocturno.

El silencio es un animal
que se desliza entre los árboles.
Sus patas apenas rozan el suelo,
pero cada paso remueve algo antiguo en mí.
Siento el aliento frío de la madrugada en mi nuca
y sé que no estoy sola.

Una hoja cae,
y el sonido breve parece un susurro.
Camino hacia él,
aunque no sepa su forma
ni el nombre que debería darle.
Solo sé que me espera,
como la noche espera al amanecer:
sin prisa,
pero con hambre.

 

Ce Dont Tu As Tant Rêvé.
(Aquello con lo que tanto has soñado).

Cuando por fin
el sueño me abrazó
—profundo, sin fisuras—
Creí que el descanso me pertenecía.
La tibieza de las sábanas era un refugio,
pero una inquietud dulce rozó mi piel:
alguien se acercaba.
Me observaba.
Me deseaba.

Tu aliento buscó el límite
entre mi oído y mi cuello,
y un relámpago de fuego lento me atravesó.

Bonsoir, mon amour”,
susurraste con una voz
que apenas era sonido,
y, sin embargo, me erizó la sangre
cuando sentí el peso decidido de tu cuerpo
y tu boca devoró la mía con una violencia hipnótica,
imposible de rehusar.

Tus manos
—cartógrafas impacientes—
recorrieron mi geografía
sin pedir permiso,
como si conocieran cada relieve
antes de tocarlo.
Yo me dejé hacer,
aun sin entender del todo,
porque el cuerpo sabe
antes que la mente.

Enredé mis dedos
en tus hebras doradas
y te obligué a mirarme.
Mis ojos
—dos pozos dulces y hondos—
se anclaron en los tuyos:
océanos antiguos y voraces.
Sonreíste,
y esa sonrisa prometía el pecado más exquisito.

Entonces fui yo quien te besó
con hambre,
mi lengua enredada en la tuya
en una danza sin orillas,
perdidas ambas en la noche.

Je vais te donner ce dont tu as tant rêvé”,
murmuraste contra mis labios…
Y aunque no hablo francés,
esa vez lo entendí todo.

Te acomodaste entre mis piernas,
húmedas por la urgencia,
y sentí tu sexo rozar mi piel,
exacto, hecho para mí.

Sujetaste mis muñecas
sobre mi cabeza,
mientras
hundías dos dedos en mi boca
y te precipitabas dentro de mí
con una potencia feroz,
haciéndome jadear
como si recién naciera.

Me embestiste sin tregua,
y mis caderas te buscaban
como oleaje perpetuo.
Me amabas,
susurrándome que esta sería
una noche inmortal.

Mis muslos,
un capullo de rosa rendido para ti,
y tú bebías el néctar dulce de su centro
mientras yo te suplicaba,
te rogaba que no pararas,
que me encantaba,
que hicieras conmigo lo que se te antojara.

Y así lo hiciste.

Me tomaste como quisiste,
cuantas veces quisiste.
Estuve bajo ti y sobre ti.
Te cabalgué como amazona
que conquista su reino,
y tú te rendiste,
no sin antes dejar tu propio mapa
marcado en mi piel.

Me aferré a tu cuerpo
mientras temblaba,
queriendo quedarme
en ese umbral.
Y cuando volví a la realidad,
por supuesto,
ya no estabas.

Pero la sensación quedó tatuada:
mi piel ardía como brasa eterna,
mi deseo, desbordado,
era ya un eco maldito
de aquello con lo que tanto había soñado.

 

 

 


PAMELA AMARI
El canto de las cenizas
Buenos Aires Poetry, 2025
66 pp.; 13,34 cm x 20,32 cm.
ISBN 978-631-6688-25-5
Poesía Chile