Gabriela Mistral: poesía sin etiquetas
NO TAN HORROROSO CHILE – Columna de Rodrigo Arriagada Zubieta
La voz que habla es femenina, maternal, pero no en el sentido complaciente que la crítica tradicional quiso atribuirle. Es una guía, una conciencia. En Poema de Chile, la poeta reemplaza deliberadamente al héroe masculino —ese héroe grecolatino, solar, épico— por una figura femenina que observa, que interpreta y que, sobre todo, cuida. La épica ya no es conquista: es reparto; ya no es victoria: es justicia. Mistral desplaza los valores grecolatinos (gloria, ascenso, dominación) y los sustituye por valores cristianos: compasión, don, humildad. La tierra no es botín: es pan.
Gabriela Mistral ocupa en la literatura hispanoamericana un lugar que no es marginal ni central, sino más exigente: un lugar excéntrico. Su obra desconcierta porque rechaza las vanguardias sin caer en el tradicionalismo, y porque su voz —austera, grave, meditativa— no se parece a ninguna de sus contemporáneas. ¿Cómo clasificar a una poeta que no busca modernizar el lenguaje y, sin embargo, vuelve moderno todo aquello que toca? ¿Qué hacer con una mujer que rehúye los sistemas poéticos de su tiempo y al mismo tiempo funda, sin proponérselo, una forma nueva de escribir la patria?
En Chile, su recepción fue ambivalente, casi desconcertada. La cultura literaria, moldeada por voces masculinas, no supo leer a una poeta que hablaba desde la maternidad sin sentimentalismo, desde el sufrimiento sin victimismo, desde la espiritualidad sin devoción. Mistral, en su aparente sencillez, desestabilizaba jerarquías enteras. ¿No será que su obra resultaba demasiado compleja para quienes querían encasillarla en diccionarios escolares o festividades cívicas?
Es en Poema de Chile donde esa complejidad se vuelve más visible y luminosa. Allí, la patria no es emblema ni celebración: es territorio desgarrado, espacio donde la geografía y la memoria se funden en una sola respiración. Mistral escribe: “Chile, mi patria sin amor”, y ese “sin amor” no es renuncia sino lucidez. El país se vuelve microcosmos de América Latina: su desigualdad, su historia colonial, su mezcla dolorosa de culturas, su potencial siempre interrumpido. Mistral no describe Chile: lo piensa. Y al pensarlo, piensa el continente entero.
Esta dimensión continental se vuelve palpable en “Reparto de tierra”, un poema que revela su ética poética con claridad notable. El fragmento que señalas es suficiente para mostrarlo:
Yo te escribo estas estrofas
llevada por su alegría.
Mientras te hablo mira, mira,
reparten tierras y huertas.
¡Oye los gritos, los «vivas»
el alboroto, la fiesta!
¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira!
Es que reparten la tierra
a los Juanes, a los Pedros.
¡Ve correr a las mujeres!
En este pasaje, la historia sustituye al mito. No hay héroes fundadores ni próceres de bronce: hay Juanes y Pedros, campesinos anónimos, mujeres corriendo hacia la tierra como hacia una redención tardía. Desde el punto de vista estilístico, Mistral recurre a imperativos (“mira”, “oye”, “ve correr”), creando una urgencia moral que empuja al lector a participar del acontecimiento. La escena es casi cinematográfica: un movimiento de cuerpos, de voces, de pueblo. El diminutivo emocional desaparece; en su lugar surge un ritmo de celebración popular que no idealiza, sino que reconoce.
La voz que habla es femenina, maternal, pero no en el sentido complaciente que la crítica tradicional quiso atribuirle. Es una guía, una conciencia. En Poema de Chile, la poeta reemplaza deliberadamente al héroe masculino —ese héroe grecolatino, solar, épico— por una figura femenina que observa, que interpreta y que, sobre todo, cuida. La épica ya no es conquista: es reparto; ya no es victoria: es justicia. Mistral desplaza los valores grecolatinos (gloria, ascenso, dominación) y los sustituye por valores cristianos: compasión, don, humildad. La tierra no es botín: es pan.
En esta nación pastoral que Mistral imagina —y a la vez denuncia— conviven tensamente lo indígena, lo campesino y lo occidental. Los excluidos de la historia oficial se vuelven protagonistas de la escena. Lo urbano y lo elitista quedan fuera del marco. Pero esta exclusión no es una mutilación ideológica: es un acto de verdad. ¿Cómo narrar la nación sin escuchar antes la voz de quienes la trabajan y la padecen?
Y, sin embargo, la dimensión espiritual de Mistral no se reduce a la tierra ni al sufrimiento humano. Hay una figura que atraviesa toda su obra, y que en Poema de Chile reaparece con fuerza singular: el ángel. Pero no es el ángel luminoso de la iconografía cristiana ni el mensajero poético de la tradición romántica. Mistral escribe:
“Soy el ángel que no consuela,
el que hiere el alma y la boca,
el que no da una luz en la sombra
y no canta, no canta.”
Este ángel —tangible, áspero, casi humano— revela la vocación más profunda de su poesía: no consolar, sino confrontar. Como en Rilke, el ángel es impenetrable; pero en Mistral, además, es cercano, terrestre, una presencia que interroga a la nación y al sujeto. El ángel no salva: denuncia. No ilumina: muestra la sombra. Su función es ética, no estética.
La tensión entre tierra y ángel, entre historia y trascendencia, entre lo indígena y lo cristiano, es lo que vuelve a Mistral profundamente contemporánea. No rompe la forma poética como lo haría una vanguardia; rompe la comodidad del lector. No destruye el lenguaje; destruye la complacencia. No inventa mitos; revela la historia.
Gabriela Mistral, en su aparente serenidad, sigue siendo —como diría Steiner— una conciencia peligrosa: alguien que exige leer el mundo desde la herida, desde la justicia y desde la lucidez. Su obra no busca consuelo ni gloria; busca verdad. ¿Cómo podría alguien así caber en una etiqueta?
NO TAN HORROROSO CHILE – Columna de Rodrigo Arriagada Zubieta | Buenos Aires Poetry 2025

