
La elección de Miyazawa, su renuncia voluntaria a esta iluminación, da lugar a estos poemas (recordemos a Jack Kerouac y su obsesión con el ideal del bodhisattva en el intento de superar la muerte de su padre), que sólo buscan una mayor exactitud, una mayor fidelidad de esa imagen o impresión recibida en la mente del poeta: “Yo, el amante de los bosques y los campos,/ avanzo con el roce entre las cañas,/ y discretas notas de verdor se doblan/ y se meten sin querer en mis bolsillos./ Cuando camino por las zonas más oscuras del bosque,/ los pantalones y los codos se me llenan de labios/ que tienen la forma de la luna creciente”.
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