Los nombres del padre, de María Magdalena

Prólogo

Está escrito en los Evangelios que María, la de Magdala, fue testigo de la crucifixión de un hombre. Veló el cuerpo del muerto y luego presenció su resurrección. El resurrecto le dijo: no me toques, porque aún no he subido a mi Padre, pero cuenta que me has visto. Dar testimonio de estos hechos hizo que la Magdalena, en los diferentes libros, de acuerdo a la versión de cada evangelista, fuera calificada alternativamente como prostituta, adúltera apedreada por la muchedumbre o compañera de Jesús de Nazaret. Tuvo el dudoso privilegio de ser destacada como la única mujer entre los apóstoles. Estos hechos, por cierto improbables, conforman lo que podría denominarse como  arquetipo. La historia de la humanidad suele repetir los libretos de sus mejores personajes, apenas con sutiles diferencias.
Los nombres del padre, el nuevo libro de la poeta María Magdalena, es un texto desgarrado, pero a la vez festivo y musical. De estructura tripartita, podemos decir, no obstante, que constituye un continuo. Es decir, estamos ante un único poema, como una pieza musical sujeta a variaciones. El primer movimiento nos enfrenta a un recorrido circular donde la autora intenta trazar una línea de fuga: me escapo / de las ciudades ajenas (…) donde alguna vez prometimos / derrumbarlo todo y sólo persistió / el silencio (…). La segunda parte lleva la marca de la pérdida y el sacrificio pero también de la denuncia: ¿Fueron mis hijos en algún lugar, / en algún cuerpo? –interroga la poeta, como si la pregunta por el padre hallara su contraparte en la pregunta por el hijo. Confluencia de imágenes: ¿Qué es un padre?, preguntamos mientras nos despedíamos. Los poemas denuncian los poderes que operan sobre el cuerpo de la mujer. El movimiento, más allá de estas estructuras, lo hallamos en la tercera parte del libro, donde la consumación del sacrificio permite la celebración. Indagar a la ley para bailar en torno a ella. El final es coral, como un clímax o un cenit. Nos preguntamos entonces: ¿Qué cuerpos veló la poeta? ¿En cuántas vigilias? ¿Qué testimonios debió dar y a qué precio hasta alumbrar su palabra?
Me voy desvestida, nunca desnuda escribe María, porque cualquier verdad o ficción debe conservar un velo, eso que la poesía descorre desoculta para darle a la palabra un nuevo poder. Es la autora misma quien nos proporciona, a través de uno de sus versos, la clave de lectura para Los nombres del padre: un recorrido tembloroso pero exacto.

Javier Galarza

BachEnemy

I

Si un castigo has creado

es el de tu silencio

que grita más alto que las palabras.

Susana Thénon

1

Esperar

el gesto grandilocuente
una señal un intento una bandera

el acto del cuerpo una ceremonia
que diga o un reencuentro

que hable por nosotros.

Algo que calle
esta espera.

.

2

Estamos caminando en círculos, María.

Es domingo y despierto
arrasada, nada queda
de la ciudad desértica
donde me invocabas.

Conjuro los nombres,
el lugar donde me dejo
caer cuando no tengo de dónde
sostenerme.

Cómo desaparecer completamente.

Cortamos el último hilo
que nos unía como un mapa
extraviado, dos puntos invisibles
llamándose al encuentro.

Se dicen las palabras del amor y nunca
las del final.

El final es siempre
silencioso.

3

Fruta agridulce, distancias
que ardían en un gran funeral,
orgasmos violentos, cuerpos
que reclamaban tregua, la construcción
de un mundo hermoso, el amor
como eso que destruye
y cambia para siempre.

Gestos que se fueron con vos
una tarde de lluvia en la que elegiste
mojarte sólo el pie en el agua terrible,
mientras yo me hundía
como esa golondrina
que había prometido ser.