Juan L. Ortiz, en sus “poemas chinos” iniciados en un viaje a Pekín en 1957, consigue replicar la manera de ocupar los espacios, de ocupar toda la hoja ya sea con verso o con el blanco de la página, y se ocupa también de que cada signo aparezca ligero, sutil.
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La pintura y la escritura en China están ligadas tan fuertemente como el arte caligráfico y el pictórico. No falta más que pensar en el ideograma. Los poemas se inscribían en las pinturas, o se adherían a ellas (independientemente de si la pintura fuera hecha por el poeta o no) y no era raro encontrar poetas que fueran pintores, o pintores poetas; no a la manera de Rossetti, por ejemplo, sino más bien de Blake, que integraba ambas disciplinas en una misma cosa. Wang Wei es uno de los ejemplos más famosos.
Juan L. Ortiz sabía esto, y en una conferencia dictada sobre la pintura de Chi-Pai-Shi, decía que “El pincel y tinta para pintar son iguales. Como se escribe principalmente sobre papel y seda con características figurativas en los signos o letras, se aprende con la escritura la pintura y con ésta lógicamente el dominio del pincel”. Ortiz, en sus “poemas chinos” iniciados en un viaje a Pekín en 1957, consigue replicar la manera de ocupar los espacios, de ocupar toda la hoja ya sea con verso o con el blanco de la página, y se ocupa también de que cada signo aparezca ligero, sutil. Tenemos fragmentos de concisión e intensidad como este de “En el Yan-Tsé”:
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Oh, las figuras del cariño, dónde,
dónde ellas?
Llueve en mi corazón y llueve sobre el Yan-Tsé…
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