Carta abierta a Nelly Sachs. Sobre el asunto de la poesía del exilio (1966) | Hilde Domin
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Querida Nelly:
Te escribo esta carta pública. Quiero expresar lo que por mí has hecho porque pienso que tú lo has hecho y puedes hacerlo por muchos. Por todos los que sufren, de un modo o del otro, por el mismo trauma. Quiero dejar constancia de esto y, luego, también intentar analizarlo.
Al final de la guerra, vi fotos, por primera vez, de los campos de concentración. En ese tiempo, muchos estábamos viendo esas fotos por primera vez, fuera de Alemania y sobre todo en Alemania. Lo repito explícitamente, también en Alemania (yo me encontraba muy lejos, en una isla del Caribe). Para mí lo peor fue ver los cadáveres abandonados: todos esos cuerpos desnudos e indefensos como en un almacén de maniquíes torcidos, apilados uno encima del otro. Desde ese momento, no pude ver ningún otro cuerpo desnudo, sobre todo ninguno durmiendo (en el trópico, a menudo, uno duerme desnudo o casi desnudo) sin angustiarme por los cadáveres, esos objetos indefensos de otro oficio. Cualquier persona acostada se me parecía a un cadáver, enseguida sentía que estaba viendo racimos de cadáveres. Esto no pude expresarlo en ese tiempo, no hubiese podido decírselo a nadie. Mi espanto no era comunicable. ¿Acaso podría haber dicho algo como: “No duermas, porque enseguida aparece un montón de cadáveres ahí”?
Cuando leí tus poemas, en el invierno de 1959/1960, casi quince años después de la tragedia, sentí que tú habías enterrado a mis muertos, a todos esos extraños terriblemente muertos que venían a mi habitación. Ellos emergieron de ese remolino de espuma blanca, perdieron esa cualidad de maniquí de los hombres, esa cualidad robótica invertida según la cual sólo a ellos se les ha hecho daño, inscribiéndose en la memoria de todos los muertos. Ellos se disolvieron en tus palabras, en el dolor, pero sin amargura, y emergieron como bruma blanquecina; yo los vi diluirse y retirarse. No regresaron más de esa forma. Lloro mientras te escribo, sin embargo, quiero expresarlo y hacerlo públicamente.
Esta gran catarsis, esta liberación ha sido provocada por tus poemas, todos como un poema: lo particular de tus poemas oprime al lector, liberándolo al final, sólo raras veces. Por eso he leído tus poemas apasionadamente. No conozco ninguna otra obra que, como la tuya, incorpore estos muertos a la memoria de la humanidad, estos muertos tan especiales e infelices entre tantos mal muertos. Esto debemos agradecértelo todos nosotros: nosotros, los salvados. Nosotros, los que fuimos considerados por ser víctimas y, del mismo modo, aquellos que han sobrevivido al lado de los cómplices. Y la joven generación heredera de toda esta carga que tú has aliviado a través de tus poemas.
El poeta contribuye más al “seguir viviendo”, al seguir coexistiendo (para nombrar, de una buena vez, esa fatal “superación”) que todos los políticos juntos. Tú le has dado voz a esos muertos. Con tus palabras se han ido, lamentándose, claro, por el camino de los muertos. Y eso sólo puede hacerlo alguien que haya sido al mismo tiempo un expulsado, una víctima y un poeta alemán. Uno cuyo propio idioma es el alemán. Y uno que a la vez se cuente entre las víctimas.
Yo me permito tocar esto, de modo imparcial, mucho más que cualquier otro. Y lo quiero hacer también. En la Iglesia de San Pablo (Paulskirche, Fráncfort) se escuchó decir que tú eras una poeta judía. ¿Es cierto eso? ¿Eres tú, Nelly Sachs, una “poeta judía”?
Claro que sí, tú eres judía. ¿Pero qué es un judío? En particular, si él no tuviera la fe. Tú, eres afortunada, tú crees. ¿Pero si él no tuviera la fe? Tú lo has definido para todos nosotros: “Con nosotros Dios practica el rompimiento”, eso dijiste tú. “Un judío es igual al otro, sólo que un poco más”, dijo Shaw (George Bernard Shaw), el muy gracioso; esta es una definición, igualmente, aplicable a los alemanes, pero que es sólo correcta dentro de un límite (los poetas son todos “un poco más que los otros”, por ejemplo. “Más vitales”, si tú quieres. Pero de los judíos no puede afirmarse eso, de ningún modo). Sólo es correcto lo siguiente: con nosotros se practica un poco más de “rompimiento” que con los otros. De modo ejemplar se practica y se sigue practicando desde que Occidente tiene memoria. Por favor, no me malinterpretes, pero yo no creo que estemos aquí para que la conditio humana sea ejecutada sobre nosotros, una y otra vez, en el escenario público, en nombre de y sin mitigación alguna, como ejemplo de enseñanza de un líder mundial que precisa de nosotros como objeto de demostración. Los teólogos catalogan eso, a veces, como una suerte de programa supremo. Yo veo solamente el hecho, el hecho terrenal e histórico, yo constato: y con horror. Como se ve con horror todo lo que ha sucedido y lo que está sucediendo. Constato lo “real”, simple y llanamente. Al judío le ha recaído el papel de E c c e H o m o, de un modo más frecuente y extremo, más que a los otros, le ha sido impuesto. Históricamente, no se les es dado liberarse de ese estatus excepcional.
En tus poemas hablas de ese chivo expiatorio de la humanidad, de los judíos y casi siempre solamente de los judíos. Y, a menudo, de esos que han sido aniquilados, ya pronto hace un cuarto de siglo. Y de ti, del poeta que morirá después de ellos. De aquellos que han sido marginados al extremo, al límite de lo que un ser humano podría soportar. Y que fueron convertidos para los otros en una piedra de prueba, para los que “no fallar” exigía algo humanamente extremo. En un sentido extremo y a ultranza, tú eres la voz de los hombres. Y tu voz habla alemán. A los alemanes.
Recientemente leí que un buen libro es el libro del lector. El malo, al contrario, es el libro de su autor y nada más. Lo mismo vale, y en gran medida, para el poema. El buen poema pertenece al lector, indiferentemente, dónde y cuándo lo lea o lo leerá. El poema se renueva con cada lector, el poema será de muchos lectores aunque no todos leerán lo mismo: cada uno leerá el más fino de los matices, convirtiéndolo, finalmente, en “su” poema.
En ese sentido, y en principio, tu persona se retira detrás de tu obra. Al igual que la persona de cada poeta se retira detrás de su obra. Entonces, de cierto modo, resultaría insignificante, si tú eres judía, asimilada o no, si eres mujer y, también, lo que hayas vivido. Lo importante es la obra y lo que en ella hayas trasvasado. Y eso podría verse sólo desde la perspectiva del lector. Podríamos incluso separar al autor de su obra, hacerlo desaparecer en el fino aire de la abstracción. Sin embargo, perseguir esto “con perseverancia” sería un escamoteo del intelecto. Habría que acotar mucho más: la obra devora al autor se alimenta de sus experiencias, de ese irrepetible conglomerado de factores históricos, sociales y personales. El poema es la esencia de lo vivido, de modo ejemplar y realizable. Lo tajante o fatídico de lo privado. Tiempo suspendido trasvasado en pocas palabras. Instantes congelados. ¿Puede el lector hacerlos fluir otra vez? ¿También los momentos de un destino especial como el tuyo? Claro que sí, se trata de un “destino especial”. ¿O el de (Else) Lasker-Schüler o de (Gertrud) Kolmar? ¿Pero para qué hablar de mujeres aquí? Lo mismo vale para (Heinrich) Heine y los que después de él vinieron hasta llegar a (Yvan) Goll y (Paul) Celan. Yo no estoy sacando la cuenta del que originalmente “pertenece o no” a una comunidad; nosotros nos movemos en un espacio humano, se trata de una r e a l i d a d concreta que el poeta debe vivir y transformar en lenguaje. El “destino especial” es comparable, tal vez, con la experiencia del que habita en la frontera, por nombrar un ejemplo: de acuerdo con las condiciones históricas y a su predisposición, en cada individuo variará su cuota de participación en el destino especial de la totalidad y en cada caso se sublimará lo especial de lo fatal. Al menos en lo que concierne al poeta de rango. Él escribe por todos. El poeta, “un fronterizo”, también escribe para aquellos que no habitan en la frontera. Pues nadie sabe tampoco a cuál frontera podría ir a parar. Eso es algo ejemplar. Todos somos tangibles. Bajo uno u otro presagio.
De ahí que tú escribes por todos. Igual que Droste (Annette von Droste-Hülshoff) o (Else) Lasker-Schüler. O como (Alfred) Mombert, (Georg) Trakl o cualquier otro. Y en primera instancia, naturalmente, tú escribes por todos aquellos cuya lengua materna es el alemán. Y para aquellos cuya lengua materna será el alemán (o para aquellos que leen alemán como su propio idioma). Tú eres una poeta alemana y no puedes ser otra. Tú, la que habla de las víctimas, la misma que escapó a última hora. Tú, la que por eso se enferma, una y otra vez. De eso vive tu poesía, de esa gran tensión, de esa “reunión de lo incompatible” que la poesía siempre ha sido y es todavía, porque la realidad nos hace vivir en extremas tensiones. Esta característica de la poesía moderna, la paradoja que ahora mismo está en boca de todos, no se convierte por mera casualidad en una forma artística, primero, y por encima de todo, tiene que ser vivida a cabalidad. Vivida de un modo sumamente espinoso. Entonces, uno es rechazado y perseguido, excluido de una comunidad y en la desesperación se sirve de la vital palabra, de la lengua que es, simultáneamente, la suya propia y la de los perseguidos. Pues el que huye de la discriminación racial es sólo el más desafortunado, el más negado de los poetas del exilio. Y mientras sigue huyendo y siendo perseguido, incluso, tal vez asesinado, su palabra ya está preparando el camino de regreso para llegar al corazón de los perseguidores, a su lengua. Adquiriendo, asimismo, un derecho de ciudadanía inquebrantable, como si se le hubiera permitido permanecer en casa, apaciblemente, y su palabra no hubiera tenido que vivir ninguna experiencia extrema que la hace tan fuerte (o que ésta ni siquiera hubiese surgido). Él no puede amar nada más que el idioma a través del cual vive, el que le da vida. El idioma en el que su vida, después de todo, ha sido dañada para siempre. La confianza extrema y el pánico coinciden, el Sí y el No resultan inseparables. Aquí la resolución es anticipada, la reconciliación de lo irreconciliable se genera por sí misma: es una prueba –aunque más pequeña, medida en función de la magnitud del desastre–, un reflejo de “esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien”. Por lo tanto, si todos los poetas viven la paradoja (ya en la progresiva incurabilidad del interior y del exterior, y de muchas maneras), entonces los poetas alemanes de origen judío, por llamarlos de una forma, viven este momento histórico unos pocos –imponderables– grados mucho más difícil.
Ojalá los bien intencionados no nos pongan una etiqueta falsa y sentimental. La voz se oye porque es una voz a l e m a n a. De lo contrario, ¿cómo lograría despertar a la gente de este país?
Pero, ¿para qué insisto tanto en ello si ya está resuelto, como he dicho, y la voluntad nada puede añadir y el alboroto nada puede quitar? Ni lo propio ni lo ajeno. Y lo que está así unido sólo puede separarse por medio del asesinato físico de la palabra viva, por medio de una nueva quema de libros. Y ni siquiera con eso, pues la palabra ya ha hecho efecto, sigue fluyendo en otras palabras. Pero creo que es necesario que los hechos como tales sean finalmente analizados y categorizados claramente en su espinosa contradicción. S i n e ira et s t u d i o. Eso estoy tratando de hacer. Esta celebración en tu honor es una ocasión especialmente adecuada para este propósito.
Tampoco se trata de ningún falso nacionalismo cuando digo “alemán”. Así como suena en nuestras bocas ahora mismo. Los poetas alemanes no son un “equipo de fútbol” que compite con otros en honor a una bandera nacional. Se trata simplemente de un hecho. La lengua es la memoria de la humanidad. Mientras más idiomas se aprenden, más se participa en la memoria de la humanidad que comprende todas las lenguas. Los poetas, antes que otros, mantienen viva y colorida esta memoria. Quiero decir: la mantienen virulenta haciendo que el lenguaje sea cada vez más agudo y punzante, desgastándolo y desactivándolo constantemente. Cualquiera puede hacer esto y sólo con su idioma. El nuestro es el alemán. Que el expulsado tenga, además, una relación particularmente cuidadosa con la palabra, por su intimidad con las lenguas extranjeras, que se convierta él mismo en un “embajador”, trasladando su lengua a las lenguas extranjeras y transformando, a la inversa, el “mundo” de la lengua materna, es tan sólo una paradoja más de las que constituyen su vida.
Los poetas no sólo añaden hechos a la memoria como lo hace la ciencia. Los agregan de una manera peculiar. Tú eres un buen ejemplo de esto: tu poesía mantiene vivo el desastre porque tú eres la voz de estos muertos desventurados. Y al mismo tiempo nos liberas del mal. Asimismo como los poetas de tiempos inmemoriales y espantosos trajeron aparejado al mismo tiempo la catarsis del terror.
La lírica es como un gran repique de campanas: para que todos oigan. Para que en todos se oiga aquello que no sirve a un fin, aquello que no está distorsionado por ningún compromiso. Y esto aplica para el poema desesperado y también para el poema negativo y el “desagradable”: Es una campana repicando. En verdad, no existe poema “contra” que no sea al mismo tiempo un poema “pro”: una invocación de socorristas para superar en conjunto algo insólito. Y en esto también consiste la catarsis: en un último acto de fe en el hombre, la poesía no existe sin ello. La poesía se dirige a la inocencia de cada uno, a lo mejor de él: a su libertad para ser él mismo. Ningún cerebro electrónico puede lograr eso, ningún aparato, no importa lo bien que funcione. Y tampoco un ser humano “funcional”. Sólo el Yo puede ser el “Tú” del prójimo y su hermano guardián. Su guardián hermano. ¡Esa gran omisión!
Nelly, tú estás demasiado lejos. No, no en Suecia. En el camino “donde los nuevos descubrimientos para los viajeros de almas aguardan”. Perdona que te exhorte de este modo. Date la vuelta y dile a tus jóvenes lectores en Alemania que cada uno de ellos será necesario, si no habrás enterrado en vano a los muertos: en la palabra alemana. En una palabra de amor. El “amor que mueve el sol y todas las estrellas”, como dice el padre de todos los poetas en el exilio.
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Colaboración enviada por Víctor Manuel Pinto | Extraído de: Hilde Domin, Offener Brief an Nelly Sachs. Zur Frage der Exildichtung. Aus: dies. Gesammelte Autobiographische Schriften © S.Fischer Verlag GmbH, Frankfurt am Main 1993 | Traducción de Geraldine Gutiérrez-Wienken | Buenos Aires Poetry, 2020.