Venus en el Pudridero: La Poesía Cognitiva de Eduardo Anguita

Venus en el Pudridero: La Poesía Cognitiva de Eduardo Anguita

NO TAN HORROROSO CHILEColumna de Rodrigo Arriagada Zubieta

  

Anguita no busca simplemente ver lo que está frente a él, sino penetrarlo, deshacerlo y reconstruirlo. En su poesía, como en la de Rimbaud, el poema no es el producto de una contemplación pasiva, sino el vehículo de una visión radical: el poeta es un vidente, y la poesía, su herramienta de transformación.

  


  

La poesía de Eduardo Anguita, como el pensamiento mismo, se despliega en una radicalidad que pocas veces se encuentra en las letras chilenas del siglo XX. En Venus en el Pudridero, el poeta no es un mero espectador de la vida, ni un simple reflejo de lo real. Al contrario, la poesía anguitiana es acción, es transformación cognitiva. Esta afirmación no es solo un título estilístico, sino la esencia misma del proyecto poético que, a través de la palabra, reconfigura el ser y el mundo. ¿Cómo podemos entender este acto de transformación si no como un desafío al tiempo, a la historia, a lo eterno mismo? Anguita no busca simplemente ver lo que está frente a él, sino penetrarlo, deshacerlo y reconstruirlo. En su poesía, como en la de Rimbaud, el poema no es el producto de una contemplación pasiva, sino el vehículo de una visión radical: el poeta es un vidente, y la poesía, su herramienta de transformación.

Este impulso de transmutar lo real no es casual. Anguita se inscribe dentro de la Generación del 38, un grupo de poetas cuyo propósito era reconciliar al ser humano con su contexto histórico y social. La década de 1930 en Chile estaba marcada por una crisis política, social y cultural, que definía a una generación que quería ver más allá del mero realismo y de la mera presencia de la historia. Sin embargo, Anguita va más allá de esta propuesta: si los poetas de su generación pretendían entender el mundo, él busca modificarlo. La poesía no es solo una representación de la realidad; es una acción que actúa sobre el mundo, que lo transforma. Aquí es donde Anguita se distancia de la poesía de la belleza o la poesía social que dominaba a los poetas de la Generación del 38. En lugar de describir o criticar, él quiere transmutar, como si la palabra misma fuera un poder cognitivo capaz de reestructurar las estructuras de la realidad.

Lo que Anguita ofrece, por tanto, es una visión poética activa. A diferencia de otros poetas como Huidobro, que crean universos cerrados en su “creación pura”, Anguita no está interesado en hacer un mundo aislado de la realidad. Su poesía, influida por la tradición de Rimbaud y también por el hermetismo de Pound, no crea un universo autónomo, sino que actúa sobre lo dado, sobre lo ya existente. La referencia a Rimbaud es clave aquí. En su famosa Carta del Vidente, Rimbaud afirma que la poesía debe ser una visión radical que rebase la capacidad de entender de los otros. La poesía no se dedica solo a “explicar” el mundo, sino a revelarlo en toda su complejidad. Y esa revelación es radical para Anguita, pues no se limita a la superficie, sino que penetra las fuerzas ocultas que conforman la realidad misma.

“¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano”

Esta imagen de la muerte y el gusano no es solo una referencia a la decadencia del tiempo, como podría parecer a primera vista. ¿Es acaso la muerte algo que podemos simplemente observar como un hecho externo? ¿No está acaso más cerca de lo que somos, de lo que estamos condenados a ser? El gusano no es solo la imagen de lo putrefacto; es la reconciliación de lo temporal con lo eterno. La muerte no destruye, sino que transforma. No se trata de una negación, sino de una metamorfosis. La poesía de Anguita, en este sentido, es más que una simple reflexión filosófica sobre la muerte; es una invasión de la muerte en el mismo orden de lo vivido, una destrucción que da paso a lo nuevo.

La temporalidad en Venus en el Pudridero es, como ya he dicho, una de las grandes claves del poema. Anguita no solo nombra el paso del tiempo, sino que lo desentraña. ¿Acaso el tiempo es simplemente un flujo, una sucesión de momentos? La idea de muerte y decadencia se convierte en una estrategia cognitiva para desmantelar lo que parece inmutable. El gusano no es solo el símbolo del fin, sino de la recomposición. Aquí Anguita se aleja de la idea de un tiempo lineal e irreversible. No hay progreso ni regresión, sino un continuo proceso de descomposición y reconstrucción.

En este mismo sentido, Heidegger y su noción de lo efímero en Ser y Tiempo resuenan en Anguita. Si para Heidegger el ser humano está irrevocablemente orientado a su fin, para Anguita, este fin no debe verse con temor o desdén, sino como el punto de partida para una nueva comprensión de la realidad. El gusano de Anguita, entonces, no es un ser separado de nosotros, sino una instancia del ser, un cambio radical en el que el ser se entiende en su transitoriedad misma. La decadencia es un movimiento hacia una nueva forma de ser. Así, Anguita se adentra en el terreno de la reconciliación entre la vida y la muerte, entre la creación y la destrucción, al igual que Nietzsche en su idea de la eternidad cíclica.

Anguita se encuentra, por lo tanto, en una genealogía poética que incluye a autores que vieron en la poesía un acto liberador y transformador y que lo sitúan en la estela de Rimbaud y Blake. Este último también entendió la poesía como un proceso revelador que va más allá de la simple representación del mundo material. Blake consideraba que el poeta debía actuar como un profeta capaz de revelar las verdades ocultas de la humanidad. En su obra, la poesía no solo describe la experiencia humana, sino que la transfigura, accediendo a una realidad más profunda y trascendental. Esta visión metafísica de la poesía como un medio de transformación resuena fuertemente con la poesía de Anguita, que también busca en sus versos una verdad escondida y una cognición profunda de lo real.

En última instancia, la poesía de Eduardo Anguita se presenta como una ruptura radical dentro de la tradición literaria chilena, un camino poco transitado y, paradójicamente, poco comprendido. Su propuesta, alejada de las estrategias de panfletarismo y activismo político que dominaron gran parte de la poesía chilena del siglo XX, introduce una dimensión radicalmente diferente: la poesía como acción cognitiva capaz de transformar la realidad, no solo como un eco de la misma. 

En este sentido, la obra de Anguita podría haberse convertido en una piedra angular para una renovación literaria en Chile, un desafío a las normas estéticas y políticas prevalentes. Sin embargo, pocos han seguido su estela, y la mayoría de los poetas chilenos han continuado anclados en una tradición que limita el poder de la poesía a la denuncia social. El campo literario chileno, aún marcado por el pesimismo y la inercia histórica, ha tenido dificultades para acoger su visión transformadora. Poetas como Raúl Zurita, con su poesía de resistencia y revelación, o Nicanor Parra, quien, con su humor corrosivo, también se aparta de la mera estética, podrían ser considerados como herederos lejanos de la radicalidad de Anguita. Sin embargo, la mayoría de los poetas contemporáneos parecen haberse quedado atrapados en una retórica que no logra despojarse de las convenciones de la poesía social o la poesía de la memoria histórica, incapaces de ver en la palabra una fuerza transformadora en sí misma. La falta de una segunda ola de poetas que retome su camino podría interpretarse como una tragedia literaria. ¿Acaso no es la poesía, en su forma más auténtica, el último reducto de la subversión del pensamiento? ¿Por qué la poesía chilena ha decidido quedar cautiva de sus propios límites? La obra de Anguita, al igual que la de Rimbaud y algunos de sus contemporáneos más visionarios, propugna una poesía como actuación cognitiva, un intento de reconfigurar la realidad, un lugar en el que lo efímero se convierte en eterno, pero pocos en Chile parecen dispuestos a adentrarse en esa senda. Si algo nos deja la obra de Anguita, es precisamente esta pregunta: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a transitar más allá de lo conocido, a dejar que la poesía sea algo más que un reflejo del mundo, sino un agente de cambio radical?

  

  

  

  


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