Razón del Mirlo | Miguel Veyrat

La poesía de Miguel Veyrat se sitúa justo en el umbral entre la vida y la muerte. Poética órfica-hermética (de Hermes, igualmente), metafísica, alquímica, decantada.

Es una poesía del Ser para la muerte, de la búsqueda del sentido de la vida y la muerte, de la vida– muerte, donde Eros, el dios del amor ilumina claramente este umbral.

Se entiende bien por qué Veyrat es un poeta mucho menos conocido de lo que merece: porque es un poeta del pensamiento, de la búsqueda del sentido, de profundas referencias cultas y míticas (sobre todo griegas) que se desdoblan en su poesía simbólica, hipermetafóricamente, es decir: quizá sea el poeta vivo más profundo de España.

Sus originales y espectaculares imágenes explotan en revelaciones del sentido, del Ser. El tono es el de un discurso interior que sería epopéyico si tuviera una legión, una masa humana en movimiento, que los tiene en la marítima masa de las almas de los héroes griegos del cauce que toma, del río de la sangre rilkeana elegíaca que va cantando honda, reflexivamente.

Viaje catábico, que se estaciona a medio camino, de otra estación (hasta ahora casi desconocida) revelada por su poesía. De ahí la poética de Hermes, donde el alma órfica de ella conversa, donde el poeta, no obstante su visión filosófica epicúrea, de existencial
razón, entreabre una puerta de luz metafísica, sagrada. Estoicamente ve de frente a la muerte, su sentido y no sentido y se aferra al Eros vital que aporta una esencia trascendente en su raigambre quevediana. Y logra esta sustancia por la que la poesía es verdadera. La palabra renacimiento, el ser del renacer, aparece así constantemente en su barca estacionada pero con velas desplegadas.

Poesía hermética, conceptual pero sostenida sólidamente en la torre de agua del chopo de cristal del mito que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y renace siempre. Poesía de poderoso claroscuro barroco, no los colores pasteles difuminados por la niebla, del joven Rilke en su viaje al inframundo. Claridad en la oscuridad, clara oscuridad, oscura luz abierta. Vacío tragándose al vacío. Pero finalmente situada en ese umbral entre la vida y la muerte, entre el sueño y la vigilia, poesía de pensamiento estructurada en la pirámide del mito, en la pira que mide, entre Lete y Mnemosine, entre Eros y Perséfone, entre Hermes y Orfeo (nunca junto a Dioniso) persiguiendo la poética apolínea

Conciencia de la poesía de “un dios que va a morir y no lo sabe”, un dios muy griego, pero que finalmente vive inmanente en lo sagrado, en su deslumbramiento que el poeta, a contrapoética, trata de resistir pero que en fondo de un mar astral acepta (en apariencia inconfesable). A mayor contención, mayor videncia, a mayor silencio, mayor significado.

Por ese alto contraste su doble, su alma, es un mirlo y su gnosis (agarrada a la razón) es un ave oscura de canto luminoso, no es el ruiseñor (que pertenece a la misma familia de apellido Turdidae, de plumaje claro y variaciones musicales exquisitas que canta en la noche iluminándola), es el pariente poeta no conocido y por reconocer. El del ritmo profundo de la oscuridad luminosa, de la noche en el día (que canta en el día, en el amaneser, revelando el misterio de su corazón solar: la noche: el renaser). Del día en la honda noche del alma (lo de arriba es abajo). De la con–ciencia, pero sol negro de la melancolía filosófica del pensamiento mítico. Del plumaje oscuro –brillante– de la razón y el pico de oro mítico que la trasciende: el otro gran cantor.

VÍCTOR TOLEDO, Agosto de 2020

Itaca

Nunca hubo jardín. Tu nombre
es laberinto y la patria
perdida el hilo roto de tu hija
Adriana que el viento trae
y aleja, uncido al ritmo
entrecortado de lo vivo: Barre
las hojas de la especie
en tanto que tu pierna
herida de Rimbaud enhebra
de nuevo el camino
de regreso. Nunca hubo jardín
ni patria conocida. Tu nombre
es estela –y lo borran
constantes el viento y las mareas.

Zona Límite

Cuando yo era un pájaro joven, al volar
sentía una fuerza que me empujaba
hacia el abismo y al espeso
azufre interior de las mareas.
Tal era el ansia por arder de cerca
arrojado sobre el tiempo, la pulsión
de muerte imaginada y el brillo
Insoportable al toparse con su origen.
Ahora que mis viejas alas
se vuelven poco a poco transparentes,
siento yo al volar cómo lo abisal asciende
y el aire me marea –libre ya
de todo peso: Por la lucerna de arriba
resbalo, caigo sobre mi canto
y encuentro el hechizo recompuesto
en el espejo. Ya no pienso, vivo abierto
a esta pleamar sin lunas –punto
donde el rayo del deseo se refleja, a la vez
que se refracta más allá de cualquier límite.

Nourritures Terrestres

Porque desde aquí tan sólo la pérdida vivimos.
Así son las cosas en el limbo que precede
a la nada donde clama –sin esperanza
alguna, aquél que imaginó el infierno en
la forma de maduro sexo abierto. No quien
clama está presente, sino perdido en
amor que en súbita explosión —por dar un
ciego oscuro salto, anunciara ya su alcance.
Pero hay un paraíso en este infierno
–como leyera Sade en las tercetas de Dante.
Y mi pobre niña Portinari, que soñaba
en regresar un blanco día –para dormirse
en mi boca para siempre, cruza esta bruma
transparente en que yo navego ahora —fiel de
amor pero adepto a la mecánica cuántica.
A ella entrego toda mi materia viva —
Útero nocturno en que coinciden las estrellas.

El Poeta

Unificó el poeta
el mundo
que en cada uno
se dispersa
o aniquila –oculto
hasta la gloria
de la noche
final,
celebrada
ruina o simetría. Halló
también
la lengua donde
terminan
todos
los lenguajes –en
la vertiente
oculta,
inhabitable del aire.


Extraído de MIGUEL VEYRAT, Razón del Mirlo, Buenos Aires Poetry, 2020.
100p.; 20×13 cm. | ISBN 978-987-4197-87-0 | Poesía española.

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