Breve introducción a la poesía de Miguel Ángel Zapata
por Roger Santiváñez
La trayectoria vital del poeta Miguel Ángel Zapata comienza en la lejana comarca de Piura en la costa norte del Perú, centro de Sudamérica. Su infancia está rodeada del campo piurano y sus sembríos dorados de algodón, planicies húmedas de arroz y dulces frutales. Y por doquier los frondosos algarrobales cuya sombra benigna protege a la persona del inclemente sol de todas las estaciones, brillando en los cielos rojizos del atardecer a un paso del fuego de los médanos eternos. En este ambiente nació y creció el poeta, concretamente en la hacienda de su padre, cercana al pueblo de Bellavista, en el distrito de La Unión, camino al espléndido desierto de Sechura cuyas dunas – semejando el cuerpo de la mujer más hermosa – se extienden hasta la orilla del mar Pacífico, donde nimios cangrejos baby ocultan su roja belleza escabulléndose en huecos ancestrales.
Saboreando la fresca chicha de jora, engreído por sus hermanos mayores, el último de los Zapata deambuló por sus campos hasta la edad de seis años, en que se traslada a la capital del Perú con toda la familia. Lima ahora será su hábitat, bajo la formación religiosa de los sacerdotes de Santo Toribio de Mogrovejo. Y entonces – ya en la adolescencia – se embriaga con la guitarra y el cajón de la santa música criolla del Perú. Ingresa luego a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para estudiar Ciencias Sociales, disciplina muy popular en aquellos años setenta al compás de las reformas estructurales de la Revolución del General Velasco. Pero la llamada de la poesía ya tocó las puertas de su corazón y así lee con avidez las revistas de la época como “Auki” e “Hipócrita Lector”. Viaja a los Estados Unidos y estudia en la Universidad de California para después obtener un Ph.D. en Letras y Filosofía por Washington University.
De esa experiencia universitaria procede el poema titulado “Campus” donde podemos ver al poeta perdido bajo la lluvia: “Naturalmente no sé qué hago aquí empapado” diciéndonos esto con la extrañeza de estar vivo, síndrome de todo poeta auténtico que se siente siempre arrojado sobre un incomprensible mundo en el que jamás encaja ni encajará. Sin embargo, la belleza lo salva: “la verdad es que algunas muchachas se ven mejor empapadas de lluvia”. Y remata el poema con este verso clave: “sobre este charco de agua y lodo donde la lluvia me emborracha hasta escribir”. Digo clave porque desde aquí, es decir, desde un comienzo ya que este texto pertenece al primer libro de Zapata “Imágenes los juegos” de 1987, el poeta nos señala las bases de su Ars Poética: la Realidad o los elementos y/o los objetos de ella son los que conducen su obra y lo llevan a escribir, casi podría decirse que le dictan los poemas. O más claramente le escriben su poesía.
Esto es nítido en “Tragaluz” del mismo libro inicial en uno de cuyos párrafos – ya que son poemas en prosa – leemos: “Yo solito, tras los arbustos verdes, las espero inocentes en mi papel”. ¿Qué es lo que espera el poeta? Pues las palabras. La Realidad se las entrega y de este modo Zapata configura su trabajo. Dichos poemas en prosa nos llevan a definir una característica narrativa y coloquial en su estilo. Pero pronto el autor nos sorprende con unas estrofas en verso en un poema sobre la Ciudad de México (y este es otro rasgo de su poesía: el tema de los viajes). Aquí dice: “la hermosura de estar / conscientemente vivos” con lo cual avizoramos el profundo sentido metafísico de nuestro poeta. Un estado de vigilia constante que nos traslada a una epifanía de la existencia, habida cuenta del bello deslumbramiento de respirar el aire de todos los días.
En este orden de cosas comprendemos la fuerza del erotismo que circula en su ámbito poético. Vale la pena detenerse en el poema “Nadie ve y nadie oye” por la delicadeza de su concepción: Los primeros versos rezan así: “Sobre el césped el picnic de verano / y sobre la grama seca del roce / de tus tobillos y la dureza de la / tierra”. Se contrasta la sustancia terrena con la maravilla anatómica del cuerpo femenino y la divina estación placentera, para avanzar en torno a la suspensión flotante del impacto o fogonazo de la atracción instantánea: “En el aire, tu acento y la blusa / transparente que dibuja las aureolas”. El contacto está discretamente hecho: “nadie ve nadie oye / sobre el césped las frutas en nuestros / labios” y la situación se resuelve mediante la poesía: “versos que no se aguantan / ni con el jugo de los árboles”; es decir – como señalábamos líneas arriba – el sutil encuentro erótico le dicta poesía: los versos ya salieron y son – exactamente – los del poema que acabamos de leer.
La memoria de la antigua casa paterna en el valle del Bajo – Piura se mantiene viva en su poesía. En el bello poema “Moradas” leemos al comienzo del texto: “Dónde están la higuera y el sonido del mar limpiando las asperezas, el moho de la tarde y las palmeras desde mi ventana?” el poeta se pregunta y pide indulgencia a sí mismo: “perdóname Miguel: hemos rasgado el cielo sin quererlo y mi casa, la otra, la nuestra, ya no existe”. Con resonancia cisneriana prosigue: “La historia se repite, pero no ha caído nuestro imperio” y avizora su nueva vida en los Estados Unidos: “uno vuelve a ser el mismo juguetón bajo otros cielos, y sobre nuevas calles los cuerpos fugaces desaparecen entre parasoles imaginarios, y uno es otro: el mismo”. Esta última impronta borgeana no es óbice para la resolución final reivindicatoria de la creación como un acto subversivo que va contra la corriente: “pero aquí voy nombrándolo todo, oliéndolo todo, palpando con los ojos, profano hoy día que avanza como salmón la poesía”.
Entramos ahora a su segundo libro “Poemas para violín y orquesta” publicado en México, 1991. Aquí nos hallamos con el texto “Morada de la voz” en el que nuevamente el planteamiento central de la poesía zapatista nos muestra su rigor: “trato de entender la caligrafía de las hojas regadas por los suelos”; es decir, la Realidad le escribe el poema. Y más adelante: “el idioma sacude sus ramas en el otoño, para que puedas leer sus hojas amarillas por el tiempo”. Y esto lo lleva a un recuerdo de Lima cuando expresa: “Para que entiendas que las temporadas son sabias mensajeras del poema, y que tu vieja ciudad no tenía otoño ni te fue propicio escribir ya que las palabras se entrecortaron y la emoción se perdió entre la niebla”. Hermosa confesión de parte del autor acerca de su arribo a la poesía después de empezar a vivir en los Estados Unidos.
Esto quizá explique una constante en la obra de Zapata: su búsqueda tenaz de la poesía. Como me comentaba alguna vez en la lejana Lima de los 80s el gran Rodolfo Hinostroza: “Primeramente la poesía es una grande y terrible cuesta de voluntad que nos posee. Luego viene la planicie de su desarrollo cuando ella encarna en nosotros y se hace nuestra”. Digamos que Miguel Ángel ya está en dicha planicie. Así es como afirma: “De ahí a cosechar la selva, en el mar o en la ciudad la pupila de la voz” proporcionado un nuevo y fundamental elemento: la visión y el sonido como sustento primordial del poema. Y nos lo plantea con un pensamiento original en la razón de su sinrazón; o sea pura poesía, tal cual reza este fraseo: “Sin la música el aire no calienta, no circula el agua en su centro, el cristal no se ve en la fuente”. Para esto se apoya en grandes maestros: Theodore Roethke, Robert Bly, y William Carlos Williams.
Aquí también nos encontramos con uno de los ejes principales de la obra zapatiana, quizá el más importante: su reflexión y tratamiento del hecho de escribir y de la poesía misma. El fragmento 4 del poema “Los bosques circulares” significativamente dedicado a Pedro Lastra, nos lee: “Nadie grita en este silencio, solo el pentagrama revolotea el humo de la hierba” música entonces, otro de los emblemas centrales de nuestro autor. Y en seguida: “Aquí escribo el poema, dentro de toda posible oscuridad está la delicia de no perderse una imagen”. Ese es el oficio del poeta, que no se le escabulla ninguna visión que lo lleve al poema y – como queda claro – inspirado en la música. Ahora dicha música está enhebrada al deseo, sino veamos estas líneas: “Abriendo y cerrando los labios se observa la sonorización del amor”. Lo amoroso es una canción. Pero no sólo eso, “Lo lingüístico está en la saliva que hierve, en las vocales partidas que te atan”. En resumidas cuentas: “La juguetona vida que se abulta entre las piernas”. Es decir, todo junto: “el paraíso de las palabras” en expresión rotunda de nuestro autor.
Por otro lado, el tema de la saudade por el terruño lejano reaparece en este libro que comentamos: “Hoy regreso al pozo de mi aldea que es más fresco que la luna, vuelvo a mi selva a medir su follaje submarino, al tibio aire de mis valles”. Se hace presente el Nostos de los griegos. La lontana patria chica piurana con su calor incomparable cuya nostalgia lo lleva a decir: “Me voy a ser otro, el que se sublevó ante los edificios de Manhattan”. Pero notemos que dicho regreso implica necesariamente poesía en el magín de Zapata: “Hoy regreso a mi pozo, a la letra que se tuerce con el viento, a la brisa que es el signo de mi playa”. El poeta es capaz de intenso lirismo ‘la brisa de la playa’; sin embargo, primero es la grafía, signo letrista que se somete al viento. Es decir, aire, escritura y visión se fusionan con el viaje de retorno a los orígenes. Lo cual queda refrendado en el cierre del texto: “ser polvo marino, solo bosquejo de una sílaba salada”.
Pasemos a Lumbre de la letra poemario publicado en Lima, 1997. El ars poética de Zapata vuelve a imponerse con su ritmo y sapiencia: “Ahora escucho el coro de las piedras que me dicen algo de los canales secretos de las rosas”. Como sabemos, las cosas le dictan los poemas a nuestro poeta. El solo debe aguzar el oído para escuchar ese dictado. Por eso dice: “El cielo se alitera con la piedra, y yo espero alguna señal para escribir sobre su lomo pulido por los siglos alguna flama que me lleve al centro mismo del crisantemo.” Es decir, al meollo de la poesía y a su misterio indescifrable. Perdido en el mundo, el poeta no se aleja de ella: “Por eso, escribo en la colina, para estar cerca”.
Esta concepción de la creación poética conlleva una suerte de preparación, aquello que yo llamo colocarse en estado de poesía, situación cóncava que -en este caso – es relativa al silencio y que – como nos enseñó Rodolfo Hinostroza – es siempre el momento inicial, previo al poema. Por eso Miguel Ángel dice: “antes de pensar escribir una palabra, pienso en el cielo que me escribe”. Y la memoria va a jugar un rol fundamental. Mnemosine, la madre de todas las musas. El origen de la inspiración en el campo de todas las artes. “El día comienza con la memoria” afirma el poeta. Y luego viene el proceso de optar, escoger cada vocablo, cada imagen: “el miedo de decidir si el mar es azul en el texto o lila la lluvia sobre los techos”. De nuevo la Realidad se funde y se confunde con el plano de la poesía y Zapata es capaz de expresarlo con singular belleza: “Todo pasa por estos bordes y esta página de aire se balancea sin tino por la superficie quemada”. Es decir, por el tiempo que todo lo calcina con su transcurrir inexorable.
Esta misma sensación va a ocurrir permanentemente a lo largo de la obra poética de nuestro autor. Su vocación es intensa, verdadera y entregada, sino leamos estos versos: “Entonces escribes el poema una y otra vez para satisfacerte, para ver un instrumento escribiéndose en la página olorosa, tu cuerpo temblando por el encuentro”. Tenemos así el profundo placer de componer, recordemos la famosa frase de Baudelaire “Un poema solo debe ser escrito por el placer de escribirlo”. Luego el texto haciéndose solo, a sí mismo; ya sabemos que este es un aspecto central de su ars poética. Además, estamos frente a la página, como “un astronauta frente a la noche espacial” en el decir de Ernesto Cardenal; desde Mallarme entendemos que nuestro trabajo se define ante la página en blanco y su angustia. Zapata nos lo confirma con delicadeza ya que está temblando por la emoción de aquella encrucijada.
Ahora quisiera tocar un tema esencial en su poesía. La presencia de la mujer. Si bien es cierto, como acabamos de ver, que hay una íntima angustia que late en su centro, debemos reconocer que la mujer lo salva y lo redime. Esto queda claro aquí: “Con los cuerpos de las muchachas recostados en el césped la poesía reverdece”. Dicha actitud contemplativa se nos ofrece como un signo clave: “Mirar para escribir el poema”. Y luego: “Oír para sentir el lirio del lenguaje, el sonido del pasto”. Aquí notamos cómo Zapata es capaz de recuperar un símbolo de antigua tradición, es decir, el lirio, pero para darle una modernidad gramatical y expresiva que lo emparenta a las formas más recientes de envolver la poesía con sus bases lingüísticas. Y lo que es más importante: la Realidad, en este caso el grass – la yerba o grama – canta, profiere música, la que nosotros – desde las Correspondencias de Baudelaire y los simbolistas podemos palpar porque sonidos, colores, visiones, olores y táctiles se fusionan – sensorialmente – en una sola materia incontrastable.
En este sentido todo lo lleva a la poesía a nuestro autor: “entre el barro que brama con la lluvia, el fango que incita a escribir” dice. Y también: “Este sol te puede hacer pensar en el poema”. En este periplo llega hasta el pueblo de la gran Emily Dickinson y se expresa de la siguiente forma: “contemplo la foto de Emily, a quien me hubiera gustado conocer para caminar con ella por las calles de Amherst, o solo sentarme a escuchar sus poemas al lado de la ventana”. Y en este impactante contexto continua: “No hay vacío pero sí una desesperación dulce”. Quizá esa es la atmósfera cuasi natural de la poesía.
Nos toca ahora inmiscuirnos en El cielo que me escribe obra de 2002. Desde el título ya sabemos de qué se trata. Lo interesante es que el libro empieza con un poema cuyo primer verso reza: “Ya no quiero escribir más poesía”. Y asistimos a una suerte de celebración de la primavera que termina así: “Recojo mis papeles y miro las ardillas haciendo / acrobacia en el árbol de enfrente, y no he podido / escribir nada todavía”. Sin embargo y paradojalmente allí está escrito el poema ante nuestros ojos. Metafísica de la negación dialéctica diríamos. O la verdad de las mentiras, en palabras de Vargas Llosa. Lo que pasa es que aquí Zapata se acerca a Borges cuando sostiene: “Y todavía no has escrito el poema” a pesar de su voluminosa obra poética. Podemos interpretar todo esto como un reconocimiento honesto a la inalcanzabilidad de la poesía y/o a su insondable misterio recuperado. Prosigue un poema denominado Barcelona, donde nuestro poeta demuestra su intensa capacidad de lírico insoslayable. Leo los cuatro versos de la estrofa inicial: “El purpúreo plumaje de la noche / sobre las aguas y la lluvia /azulina se repite en el / crepúsculo de las avellanas”. Lo mismo que este otro poema en prosa (como es característico en el estilo zapatista) que afirma: “Apoyado en lo invisible el dolor es un chorro de agua fresca en tu corazón”. Pese a la aparente contradicción el texto circula sobre los pequeños momentos y objetos de la felicidad doméstica en el hogar.
El poema “La Noria” hermoso homenaje a la madre del poeta, principia con estos versos recordando la hacienda familiar en la costa norte del Perú: “Nadie calle al río ni la noria, el calor de la parcela, la llaga del camino, el crisantemo de la felicidad”. Texto que se complementa con “Uno escribe el poema caminando” donde el homenaje se traslada al padre, de muy sentida manera: “Mi padre me miraba con ternura, su vejez era una luz para mi pequeña vida”. Y poco después: “El tiempo no existe, no hay que pensar en él ni en sus espejos engañosos. Solo él y su caballo cabalgan contra el tiempo y el arenal”. Y para cerrar la idea, nuestro poeta retorna a su Ars Poética aprehendiendo, absorbiendo lo que escribe directamente de su contemplación de la Realidad: “Ahora que se acaba el verano me siento sobre sus grandes ramas a mirar la escritura del horizonte”. Es decir, en ese horizonte ya está escrito el poema, Miguel Ángel solo debe transcribirlo, copiar del fondo del cielo esas líneas que ya están listas. La verdad es que se trata de una forma muy personal de concebir la inspiración. Estamos pues ante una contribución particular de Zapata sobre el origen de la poesía. Así también podemos comprender versos como este: “los árboles de las calles me leyeron poemas de Dylan Thomas y Vallejo”.
Un árbol cruza la ciudad título del 2019 concluye – por ahora – este “festín de la poesía” como dice el poeta en uno de los versos de este poemario. Quiero empezar citando una línea de un texto donde habla de la autora de sus días – su mamá – en el cual describiéndola expresa: “pardos los ojos como chacra de tamarindo”. Esta ternura está relacionada al campo de su infancia en el valle del bajo río Piura donde crece el delicioso tamarindo. Me gusta ese vínculo imaginativo en el poema con la santa tierra piurana. Lo mismo que en el denominado “Lima” (emblemáticamente dedicado a ese gran limeño que fue el gran poeta Antonio Cisneros, maestro de todos nosotros). Aquí se lee: “De los primeros seis años en Piura, donde nací, un fuerte aguacero y sol pleno”, para luego contrastarlo: “En Lima aprendí otro tipo de azul”, “el azul gris de las playas, esa capa salina que me habla la poesía de Lima”. Es decir, y ya lo sabemos: “La escritura sonora del cielo”.
Quiero terminar este feliz viaje por la obra poética de Miguel Ángel Zapata incidiendo en estas imágenes que nos remiten a la inspiración de la mujer en su poesía: “Ahora tu falda ceñida inicia / el primer canto del verano. / De su blusa brota la lluvia y nace / el deseo secreto de la poesía”. Así es: la poesía es un misterio y muchas veces es la visión de la mujer la que entraña y desentraña ese misterio. Para demostrarlo voy a leer uno de los poemas que a mí me gustó mucho y fue cuando descubrí la poesía de Miguel Ángel Zapata:
Los muslos sobre la grama
Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos. Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte. Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno sólo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista. Al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por qué ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.
Poesía Perú | Buenos Aires Poetry 2023






