Paul Forsyth Tessey (Lima, 1979). Poeta, ensayista, editor, traductor y profesor. Poeta, ensayista, editor, traductor y profesor. Entre otros, ha publicado los libros El Oscuro Pasajero (2012), Autorretrato del Piloto (2015) y El sendero del irivenir (2017). Actualmente, prepara para su publicación los poemas Hermes Psicopompo y Medea. Entre 2014 y 2018 co-dirigió el sello editorial Celacanto y hoy en día dirige PanÓptico, sello editorial del Centro Peruano de Estudios Culturales, del cual es Director General. Poemas suyos han aparecido en diversas revistas, tanto impresas (Buen salvaje, Lucerna y Di(solvencias)), como digitales (Molok yViajera blog), y en las antologías Divina metalengua que pronuncio (El Lamparero Alucinado, 2017), Poemas del hambre (Unidiversidad de Puebla, 2018), Poesía al filo del sol (Golem Editores, 2019), Volteando el siglo. 25 poetas peruanos (Casa de las Américas, 2020) y Antología Épica. Fuego cruzado (El Sur es América, 2020). Asimismo, publicó «Tánta casa la entrecasa: el oikos peruano de Manuel Morales» en el libro de ensayos sobre poesía peruana Golpe, furia, Perú. Poesía y nación (Editorial Horizonte, 2021). Como recitador y músico amateur, dirigió la compañía poético-musical La Materia Gris (2015- 2020) y el proyecto Matte Kudasai (2019-2020). Vive en Taray, pueblo del Valle Sagrado de los Incas, en el Cusco.
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I
¡Oh, Esqueleto, levántate y andando afluye la deriva!
¡Las margas tiritan brillo, mas esperan los piñones
que se canten calizos los fluidos, en el nombre del futuro!
¡Pide atención a que póngase calor en movimiento,
si todo se arremolina hacia la vela en su siglo de rodillas,
que ha plegado sus minutos, más que en la plegaria,
en el desasimiento que espera una llamada a sus coágulos!
¡Mas los huesos arden en plantón de su esperanza,
y telúricos tiemblan tímidos, por dirigirse a sus hermanos
de marfil vedado en la fibra hacia la luz, la blanca luz
que los hará saltar de sus terrones en su espiral de granos,
pues toda tierra aguarda al sol, y el agua se detiene
por marchar hacia la lluvia visitando los resquicios
en la salva de vacío que al mar empuja fuego en ramalazos
eventuales y en el aire recompuesto el frío signa gran dolor!
Todo lo que busca surgir se pierde en el marasmo
de su estática inanición: el silencio permanece luciente
en la desinencia de su haber sin pasado ni mañana reciente,
si la proximidad es toda cáscara sin oquedad, revestida
de yemas y oros proclives por fulgirnos de salvación.
Las piezas yacen en desorden, perpetuadas en su lugar:
en sus puntos ubicuos los músculos tiritan mientras
los nervios se estremecen novedosos en canales apagados,
los cúbitos asoman, los fémures repuntan, los húmeros
refulgen las caliginosas promesas del movimiento perpetuo,
y pronto las venas y los órganos aún no iluminados,
mas entusiastas, demandan en ópera de fibras, que tejidos
y células se avienten al asaz recubrimiento, llamados
por la diana a contener los funcionamientos, de manera
que chamusca la lengua en toda su vacuidad bucal,
los riñones se inscriben írritos al umbral de la secreción,
trepidan los intestinos en la crudeza del porvenir cantante…
Mas todo se detiene en la estación de no saberse listo,
sino propenso, tendente a la tromba de vida que acércase
rugiendo el revés de una oscuridad que para siempre
será solo los segundos de la espera, las micras por tumbos
que no llegan, pero se anuncia en las hormonas
que saltan sin moverse en los repiques de un tambor,
mas la sordera de la campana yerma las colosales efusiones,
en todo impedidas de fluir hacia el futuro incendio
de la máquina perfecta que habría de agitarlos laboriosos,
prestos en sus puntos inauditos, aunque la luz escarce
y a cambio la oscuridad colme los resquicios por visiones…
La irrigación de la duramadre aguarda la energía
que traerá por ramalazos la aciaga, silenciosa electricidad,
columbrando el espinazo, articulando, ensamblando
sobre una, el resto de piezas que harán al arcón mamífero,
pero nada ocurre, salvo el aire que viaja en los canales:
el viento tronando, humedecido su haz de cobras
ante el designio del Esqueleto que sin más muerte
se pone de poros las estrellas, los pelos para el tocamiento
de los aires, uñas en las puntas con qué frisar las malvas,
para luego desencajarse los huesos en el torno de los discos,
en la pera que despunta la rara calavera trementina,
donde labios y molares y papilas bailan libres, si las sílfides
repuntan y le cubren las polillas, y los hilos saltan
juntos entre mantos hermanados a la vida que aparece
en el camino de la arteria, aunque falte aún el pulso
y aunque falte aún el fuego, el cuerpo arraiga en su espera,
para siempre, para nunca, en la sombra que no cesa,
hasta que entra en él la chispa y a una diástole responde
una sístole de hambruna: sed que trina levadura…
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II
Abriste los ojos en tu porción de mundo y sin saberlo
tus manos tersas podían nivelarte a los alones pajareros.
Doblaste las piernas, equilibrándote de movimiento,
y tras un pie, el otro, mas luego, llevando hacia adelante
el torso, continuo sobre la marcha, descubriste la marcha
que es revelación de lo eterno. Eres tan solo
un abrojo de huesos articulados, un puñado de órganos
y ganas, una tormenta de gestos, una lengua llena de papilas
pero carente de sonido, apenas un aparejo sin candor…
Eres los primeros segundos del camino sabiendo
que durante los siguientes pasos necesitarás el nombre
que aún no te ha dado la naturaleza, a la que preguntarás
si padre y madre has tenido, si de cósmico vientre
has venido, si el sueño concurre y si truena la mariposa,
pero más aún, preguntarás adónde vas y nada te será dicho.
Todo permanecerá en silencio pues no has usado
la lengua sino tu cuerpo y —sin ser menos— eres más
que solo una masa aglutinante de células y hormonas:
sin palabras, la experiencia se reduce a nada.
Porque la vida no es el refulgir de tus gordos miembros,
no que tus tejidos se crispen en tus huesos, ni comprender
en tus canales el fluido de los glóbulos permeando
tus funciones vitalicias, ni cada órgano llevando flujos
de uno a otro lado de tu nueva anatomía: todo es tan solo
el accidente de la vida y no explica por qué miras
al cielo esperando el relámpago sin saber que el principio
del destello te fue dado en potencia de futuro.
Entonces ya no preguntas ni formulas: intuyes que algo
hay en el afuera que al adentro clama iridiscente,
algo que es centro de la noche y de la sombra ha surgido
para tocarte cada célula, mientras tocas la osamenta
que te ha sido dada en prenda para la efímera aventura
del presente: en todo lo que eres, eres tierra y hueso.
Eres agua y vientos. Eres fuego, humo, grava, desinencias:
Lo eterno te crece en los meollos porque lo eterno
se conforma de las cosas que se acaban y regresan
dando tumbos a tus manos: albor que ovillas sombra,
aire que ovulas agua. Pronto llegas a la orilla de ti mismo,
porque eres panoramas que se alargan al desorden
de tus ojos, de tus sesos, y turbándote de yemas,
todo es albricias fulgiendo lejos, penas manando cerca.
Epifanías envuelven tu carne intuitiva: entonces encuentras
rastro de ti: no poder dejar el cuerpo aun habiendo
más que solo un cuerpo: ala, hoja, cumbre, desfiladeros.
Descubriste sobre la marcha que eres la marcha,
péndulo que se mantiene en la estática de su movimiento,
sombra que persigue luz, lotos que irrigan punas,
lluvia que olea nubes, verde cribando dunas, penumbras
asiendo auroras, calor habiendo frío, mar ardiendo bosques,
nelumbos trazando lirios en toda sal que esfera piedras…
La vida se alza en ti y no eres tú, más allá de ti,
sino que, más allá de ti, eres todo tú, alzado a la vida.
Completo sin salir de tus partes, y diezmado de infinitud,
no importa la respuesta, sino alcanzar su formulación,
incapaz de asir lenguaje, concurrido de fabulosas nebulosas,
porque los duendes han dejado sus guaridas
y más que nunca el universo se te sale por la boca,
por el glande, por los nervios, por las alas abisales a merced
de lo propicio: entre los nuevos atributos se tormenta
así tu cuerpo: si cierto es que todo trasmuta, no has podido,
oh perenne criatura, abolir sin más la vida, sino el sueño,
borracho en toda célula de eternidad…
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El disfraz humano.
Buenos Aires Poetry, 2021.
54 p.; 20×13 cm.
ISBN 978-987-8470-23-8
Poesía Peruana.