Fernando Valverde (1980) es una de las voces más importantes de su generación. Más de cien universidades (Harvard, Oxford, Columbia o Princeton…) lo eligieron el poeta más relevante de la lengua española nacido después de 1970. Valverde dejó España, su país natal, hace cerca una década. Hoy es profesor en una de las instituciones más prestigiosas del mundo, la Universidad de Virginia, donde enseña poesía en español y el Romanticismo. Recientemente la academia reconoció su excelencia docente concediéndole la Orden de José Martí, uno de los mayores reconocimientos del hispanismo.
Investigador invitado en Oxford, Cambridge, Turín… su curriculum parece interminable. Fundó el Festival Internacional de Poesía de Granada, fue nominado a un LatinGrammy junto a Juan Pinilla por fusionar poesía y flamenco, su libro America ha sido publicado en una de las mayores editoriales del mundo, Copper Canyon, con traducción al inglés de Carolyn Forché. Fernando Valverde explica que el éxito le ha hecho tener cada vez menos amigos y sentirse cada vez más aislado. Desde ese aislamiento, en parte durante la pandemia, escribió su último libro, Desgracia, publicado por Visor, que acaba de llegar a las librerías españolas y tiendas online.
Por Pablo Gross
¿Por qué Desgracia?
Porque es lo que la mayoría de la gente ha vivido y está viviendo, mientras un mundo superficial muestra su sonrisa impostada. Hemos aprendido que no somos ciudadanos, que somos consumidores. Hemos visto cómo se condenaba a muerte a personas en los pasillos de los hospitales. Hemos sufrido el engaño y la traición de personas que aprovechaban la pandemia para sacar beneficio de la enfermedad. En algún momento, alguien escribió desde la tribuna del neoliberalismo que la pandemia nos haría mejores. No sólo no ha sido así. Nos ha hecho más desgraciados, ha acentuado las diferencias entre pobres y ricos y nos ha demostrado que el hombre es el animal más perverso de la creación.
Es una visión fatal y pesimista de todo lo ocurrido
Caben otras interpretaciones. Están en las redes sociales, en versos de autoayuda (joven-adulto, lo llaman) que te ofrecen una visión materialista del mundo. Sin duda entre quienes obtienen beneficio de la propaganda no hay motivo alguno para ser pesimista, sino todo lo contrario.
¿Es entonces Desgracia un libro político?
En absoluto. Es un libro que ha dejado de perseguir la belleza para adentrarse en lo sublime. Hay que haber sufrido mucho para identificarse con estos poemas. Quien busque alegría puede encontrarla en una feria o en un campo de fútbol.
Escribes que el mal triunfa porque el mundo es su escenario. ¿Nunca triunfa el bien?
Quiero creer que sí, que es una cuestión de perspectiva, el mal de un tiempo o la mala suerte. Pero creo que mayoritariamente el mal triunfa. La bondad está desprestigiada. El capitalismo ha hecho que el lobo de Wall Street sea un modelo a seguir, la imagen del éxito. Por el contrario, en mi país hay un dicho: “es tan bueno que es tonto”. La sabiduría popular puede explicarnos muchas cosas, especialmente en el país por el que “cruza errante la sombra de Caín”, como escribió Machado.
Caín, un poema en 13 partes, en mi opinión uno de esos poemas que marcan la carrera literaria de un escritor. ¿Por qué volver al origen?
Porque no hemos aprendido nada. Al fin y al cabo, todo está en ese libro del que todo el mundo habla y que muy pocos leen. Yo confié en mi hermano, puse todo en sus manos y descubrí la sombra y la serpiente. No había aprendido nada, por ejemplo, de la desgracia de mi madre, de mis recuerdos infantiles en que mi abuelo se interponía entre mi padre y yo… no hemos aprendido nada. Así que decidí escribir ese poema con los dientes. Por supuesto que no es un poema sencillo. Es un poema duro, seco, misterioso. Porque así es la apariencia del mal. No es un poema escrito para cualquier lector, necesita de lectores que sepan andar en el lodo.
La figura de tu madre está presente en todo el libro, especialmente al final, en un poema que es un regreso a su infancia.
La enfermedad de mi madre partió mi vida en dos. Un aneurisma cerebral le dejó graves secuelas, le hizo perder la memoria a corto plazo. Unos meses después murió mi abuelo. Perdí a los dos pilares de mi vida en muy poco tiempo. Mi madre no sabe que su padre ha muerto hace más de diez años, cree que vive con su hermano. Es fácil hacerle creer algo que no es cierto a fuerza de repetir las cosas. Vivo en Estados Unidos, soy profesor en una de las mejores universidades del mundo. Era fácil calumniarme y alejarme de mi madre, a quien no he podido contarle que ha sido abuela por primera vez. Escribí Caín en la ensoñación de querer regalarle la inmortalidad a quien ha hecho de la desgracia ajena una ventaja.
Escribí Caín en la ensoñación de querer regalarle la inmortalidad a quien ha hecho de la desgracia ajena una ventaja
F. V.
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¿Entonces, hay un plan divino en la vida o en la poesía?
No sé si existe un plan. Tal vez todo esto me esté ocurriendo a mí para que no le suceda a mi hijo. Sobre la divinidad, es cosa de visionarios y profetas. Esa clase de poeta es muy escasa y por suerte o por desgracia no creo pertenecer a ella. Shelley perteneció a ella; Lorca perteneció a ella; Raúl Zurita pertenece a ella.
El libro parece combinar el tono profético de America con el lirismo de La insistencia del daño. ¿Echarán tus lectores de menos poemas como Celia?
No lo creo. El primer poema del libro es el reverso de Celia. Se llama La vida quema y en lugar de hablarle a un recién nacido hablo en el último instante, al borde del misterio. Si Celia era una bienvenida, La vida quema es una despedida de alguien que se sentía desesperado. Además, hay toda una parte de poemas de amor. Los lectores de Celia han sufrido como hemos sufrido tú y yo, así que en este libro van a encontrarse.
Creo que en pocos años tu discurso poético ha cambiado no sé si de forma extrema, pero sí de manera muy relevante. ¿Qué fue de Poesía ante la incertidumbre?
Fue hermoso formar parte de aquello. Escribimos un prólogo de batalla, para hacer ruido. Estaba lleno de propaganda y no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que allí se dicen. ¿Volvería a firmarlo? Sí, porque me ha regalado la amistad de Raquel Lanseros, Federico Díaz Granados, Andrea Cote, Alí Calderón y Carlos Aldazábal, entre otros poetas verdaderos.
¿Y qué hay de esa poesía que se entienda?
Hace tres años, paseando por los jardines de la Alhambra, tuve la oportunidad de decirle a Antonio Rivero Taravillo que tenía razón, que el tiempo me había demostrado que en nuestra “discusión pública” yo había sido un ingenuo y, por qué no decirlo, también un ignorante. Pude abrazarle, hablamos de Keats, de su epitafio, creo que disfrutamos mucho de aquel día. Creí que la “poesía juvenil”, como la he llamado en algún artículo, podía “servir” para ganar lectores. Con lo que no conté era con la calidad de esos lectores. En término cuantitativos, el plan podía llegar a tener éxito. En términos cualitativos ha sido un desastre. Hemos promocionado una generación de escritores que no leen y que están destrozando el cerebro de miles de lectores. He sido uno de los culpables, no me avergüenza admitirlo, pero tampoco me siento orgulloso.
Luis García Montero y Raúl Zurita están en el grupo de quienes viven para servir a la poesía. Se acerca el momento de poner nombre a quienes se sirven de la poesía.
F. V.
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¿Y la Poesía de la Experiencia? America y Desgracia toman mucha distancia.
Yo no me he alejado ni acercado. Luis García Montero es mi maestro, alguien de mi familia, lo quiero y lo admiro en igual medida. Aprendí a escribir poemas imitándolo. Es la realidad, nadie puede cambiarla. Además, me parece una discusión anticuada. Nuestro momento histórico nos obliga a tomar una postura mucho más seria que la estética. ¿Vamos a defender la poesía de los impostores? Zurita me dijo una vez: ¿cómo no vas a llevarte bien con un tipo como Héctor Hernández Montecinos que vive para la poesía como tú? Qué gran verdad. Creo que llega el momento de distinguir entre quienes viven para la poesía y quienes viven de la poesía. Esa es la discusión a la que nos ha abocado el neoliberalismo. Afrontémosla sin miedo. Luis García Montero y Raúl Zurita están en el grupo de quienes viven para servir a la poesía. Se acerca el momento de poner nombre a quienes se sirven de la poesía.
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POEMAS DE DESGRACIA
LA PROFECÍA
Deberías saberlo.
Te lo han dicho las noches más largas que la vida,
te lo han dicho las sombras,
las ciudades que evitas en los mapas,
la lluvia deshaciéndose en sus muros.
Deberías saberlo.
Te lo han dicho los grandes diluvios y las arcas,
te lo han dicho las bocas que queman como soles,
te lo ha dicho hasta el cielo.
Búscalo en los bolsillos,
hay una nota dentro, hay un poema;
deberías saberlo.
Lo has escrito en los márgenes,
lo has escrito en la piedra y lo repiten
los milenios, los bosques, las corrientes,
te lo han dicho los truenos
con su terror de aguja,
te lo ha dicho la nieve debajo de otra nieve
por millones de años
a los pies del desastre
lo has leído en los bordes dorados de la cúpula,
lo has leído en las lápidas,
estaba en los poemas:
deberías saberlo
la mujer que gritaba
la ruina de tu nombre,
la inquina solitaria,
tu estirpe miserable.
Puedes abrir la tierra con las manos,
puedes sacar la arena de tu pecho,
puedes romper las cosas que están rotas,
puedes gemir de rabia
pero no va a cambiar.
Te lo han dicho hasta en sueños.
«No vayas a matarme», repetías,
y al final despertabas.
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RESTA
Puedes contar la pena.
Es todo cuanto tengo.
Para llegar aquí la vida he malgastado.
Yo también tuve un río y una barca
con sus nubes mirándome
y una boca trayéndome la lluvia
y un pájaro de niebla
y un relámpago.
Puedes contar la pena,
es una sola pena.
He malgastado todo lo demás.
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ALGUIEN DICE TU NOMBRE EN EL PASADO
Yo tenía una casa sin inviernos,
el olor de un magnolio,
las manos de mi abuela curando mi aflicción,
un puñado de luz amontonado
debajo de una araña,
un rincón en el mar
azul como la tarde en sus balcones.
Yo tenía un hermano y una abuela
y mi madre cantando siempre alegre
dentro de su desgracia,
llenándose las manos de pintura,
haciendo extrañas flores con la pena.
Yo tenía una casa,
no me perteneció,
quise ponerla a salvo,
me destrocé las uñas,
bebí todo el veneno
del miedo y la sospecha,
y al fin logré alcanzarla,
ya nadie estaba allí.
Yo tenía una casa
de lluvia
de alegría
de triste agua
pudriéndose:
la nada
rota.

Poesía Española e Hispanoamericana